Maitreya (fragmento)Severo Sarduy
Maitreya (fragmento)

"Para escapar a los milicianos, y a los obreros de vanguardia, se escondían en los urinarios del metro, dormían sobre rejillas, en las aceras humeantes; se cambiaban de ropa en la morgue: palidez escorbútica, se les helaba la sangre, caguayos. Mal disimulaban las aspersiones —extracto de piña de Paco Rabanne— el vaho, igualmente dulzón, del músculo afaisanado, embebido en formol.
La Tremenda, con unos cubalibres encima, emprendía la exégesis del puño. Las otras asentían, resonaban, multiplicaban anatemas, arrojaban —como un pulpo arponeado tinta negra— los mandamientos e intolerancias de la Obesa.
El universo —recitaba el enano como si estuviera en una habitación hexagonal y blanca, acariciando un pelícano atragantado con un salmón coleante—, es obra de un dios apresurado y torpe. Su pretensión lo llevó a concebir cosas sublimes, rosadas y con pisos, como un cake helado de La Gran Vía; también le salieron —añadía, señalando con un índice oscilante, de falanges hinchadas como canutos, a la Tremenda, con una musaraña repugnante, como si le pegaran a la cara una papaya abierta— mamarrachos como éste: un pedazo de carne con marvelline en los ojos. Nuestro propósito —concluía exaltado—: el caos total. Terminar con esta jarana de mal gusto que todo rememora, desde las auroras boreales hasta la tortilla tahitiana.
Llegaban los chinos y quedaban petrificados a la vista de las fanáticas. Iban recuperando luego movimientos lentos y desleídos, en tonos pálidos, de finales de ópera cantonesa. Pasaba una azafata morosa, pelo en dos mazos atados con ligas, delantalcito mojado, distribuyendo ceniceros de cerámica blanca, con una marca de coñac en el fondo, virando al revés los manteles manchados de ajipicante con semillitas y recogiendo los que tenían salpicaduras negras; con pliegues rectangulares visibles los iba amontonando cerca de la entrada, en una pila blanda, como sábanas ensangrentadas bajo una mesa de operaciones: dos viejas harapientas los alisaban con una regla.
Detrás de los manteles y de las viejas, contra la pared rojiza, una máquina con palancas bajas destilaba un caldo oscuro y borroso. Un spot amarillo iluminaba un acuario. Dos peces, velo de clara de huevo, chupaban la cabeza hinchada y lechosa de un mismo tallo de bambú. "



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