El secreto de Santa Vittoria (fragmento)Robert Crichton
El secreto de Santa Vittoria (fragmento)

"Pronto cesó el griterío, porque el día era cálido y el trabajo duro, pero seguía llegando el vino con tal rapidez a las antiguas bodegas que fue necesario utilizar a tres equipos para colocarlo en ellas.
No es fácil describir cómo colocaban allí el vino. Es una tarea que parece fácil, pero los de fuera nunca aprenden a hacerla. Es algo que se acostumbra uno a realizar con los años, lo mismo que llevarse las cucharadas de sopa a la boca, algo que se aprende, pero no se enseña. Nadie recuerda cómo aprendió el manejo de la cuchara. Lo mismo ocurría aquí con el vino. La primera fila de botellas se coloca en el suelo y luego largos listones de madera, sólo con la suficiente resistencia para sujetar otra fila, se colocan sobre la de abajo. La segunda fila se sitúa en dirección contraria, una serie de tapones, otra serie de fondos, y así sucesivamente, fila sobre fila, dieciocho y hasta veinte hileras de altura. El sistema que entrelaza a las botellas es muy ingenioso y las mantiene muy bien sujetas, con sencillez y seguridad.
Al principio estaban todos muy contentos y se gritaban unos a otros, dándose ánimos e instrucciones, mientras se pasaban las botellas de mano en mano. Las filas iban creciendo y adentrándose en la penumbra, adonde apenas llegaban las pálidas bombillas de Longo. A medida que seguían llegando sin cesar las botellas, tenían estos hombres la sensación de que apenas si se adelantaban a una inundación que acabaría sumergiéndolos. Algunos de los que se afanaron aquel día y aquella noche nunca han vuelto a colocar una botella en una estantería porque esto les recuerda dolorosamente aquel tremendo trabajo.
En las primeras horas del día siguiente, el enemigo fue el sol, el cual daba a toda aquella gente que trabajaba fuera de las bodegas la sensación de que le planchaban la espalda, pero luego la gran enemiga fue la montaña. Tenían que hacer muchos equilibrios para no salir rodando por ella y las piernas se les cansaban muchísimo, se les agarrotaban y sentían calambres. Tufa ideó un buen plan. Al sonar el cuerno de caza de Capoferro, cada diez minutos, hombres y mujeres se pasaban una botella más y luego se estiraban, se daban masaje en las piernas y subían montaña arriba cada uno hasta el puesto anterior al suyo. Así se le daba a la gente la sensación de ir a alguna parte y esto les permitía ejercitar un poco los músculos que no fuesen los de los brazos.
Después, el problema fue el del agua y hubo que idear un segundo plan. Al sonar dos toques del cuerno de caza, los pasadores de botellas dejaban a éstas en el suelo e iban allí cerca en busca de agua, que bebían con angustiosa prisa en los canales de desagüe, poniéndose empapados.
Después de la segunda hora, las botellas empezaron a romperse. Algunas de las manos estaban cansadas o resbalosas con el sudor y las botellas se les caían para estrellarse contra las piedras. Se oían sin cesar ruidos de cristales rotos y gemidos de los que eran torpes, y se esparcía el olor del vino, que al principio resultaba agradable, pero a medida que el sol daba sobre él se ponía pegajoso y agrio. Además, la sangre. Muchos no tenían zapatos y, aunque sus pies eran correosos como el cuero de buey, también al cuero lo corta el cristal, y empezaba a correr la sangre junto al vino. Toda la fila estaba jalonada por brillos cristalinos.
A última hora de la tarde, cuando el sol no era ya tan directo, y una suave brisa comenzó a levantarse de las sombras del valle, la gente que se pasaba el vino había logrado crear una especie de ritmo. Iban pasándose ya las botellas sin verlas, en un movimiento mecánico de izquierda a derecha que era un rítmico balanceo, y las palmadas que daban a las botellas al recibirlas resonaban como si un ejército marchase acompasadamente por la montaña. "



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