Elizabeth y su jardín alemán (fragmento)Elizabeth von Arnim
Elizabeth y su jardín alemán (fragmento)

"Es el ser humano con la apariencia más abyecta que he visto jamás: es cojo y padece de una horrible enfermedad de los ojos; pero es un hombre laborioso y trabaja sin descanso desde que sale el sol hasta el ocaso. —Te lo ruego, mi buena cigüeña —le dije yo, con palabras alemanas a tal efecto—, ¿por qué no te quedas ya aquí en lugar de irte a casa y malgastar todo lo que has ganado? —Me quedaría —contestó— pero tengo a mi mujer allí, en Rusia. —¡A tu mujer! —exclamé yo, absurdamente sorprendida de que la pobre criatura deforme hubiera encontrado a una compañera, como si no hubiera una superabundancia de compañeras en el mundo—. No sabía que estuvieras casado. —Sí, y tengo dos hijos pequeños, y no sé lo que harían si no volviera a casa. Pero el viaje a Rusia es muy caro; cada vez me cuesta siete marcos. —¡Siete marcos! —Sí, es una suma muy grande. Me pregunté si yo podría llegar a Rusia por siete marcos, suponiendo que me entraran unas ganas locas de ir allí. Todos los jornaleros que trabajan aquí de marzo a diciembre son rusos o polacos, o una mezcla de ambos. A principios de año mandamos allí a un hombre que habla un poco su lengua para que se traiga tantos como pueda, y llegan todos con sus hatillos, hombres, mujeres y niños y, en cuanto están aquí y se les paga su jornal, desaparecen por la noche si pueden, a veces cincuenta a la vez, para irse a trabajar individualmente o en parejas para los labradores, que les pagan uno o dos pfennings más al día de lo que les pagamos nosotros y además les dejan comer con la familia. De nosotros reciben de un marco y medio a dos marcos al día y todas las patatas que puedan comer. Las mujeres reciben menos, no porque trabajen menos, sino porque son mujeres y no se les debe alentar a que trabajen. El capataz vive con ellos y lleva siempre un revólver cargado en el bolsillo y un perro salvaje pegado a sus talones. Las primeras semanas tras la llegada de los jornaleros los capataces hacen guardia por la noche en las casas en donde se instalan. Supongo que encuentran el trabajo soporífero; lo cierto es que primavera tras primavera ocurre siempre lo mismo, cincuenta de ellos se escapan a pesar de nuestras precauciones y nos quedamos con la boca abierta y habiendo perdido mucho dinero. Esta primavera, por error, llegaron sin sus hatillos, que se habían extraviado por el camino y, como viajan con sus mejores ropas, se negaron en redondo a trabajar hasta que llegara el equipaje. "


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