El palacio azul de los ingenieros belgas (fragmento)Fulgencio Argüelles
El palacio azul de los ingenieros belgas (fragmento)

"Eneka me dijo, tienes buen corazón, Nalo, y quiero que vengas esta noche a cenar y a dormir a mi casa y que conozcas a mi hija Aida. La casa de Eneka estaba a una hora de camino, al otro lado del cordal. Aquél fue para mí un momento importante porque era la primera vez que alguien que no pertenecía a mi familia me invitaba a su casa, no sólo a cenar sino también a dormir, y me pregunté qué aspecto tendría la hija de un hombre tan bueno y que sabía tanto por haber estado casado con una musa, y sentí deseos de preguntarle por la edad de Aida, pero no me atreví a tanto. Así que fuimos hasta las cocinas a ver qué nos había preparado de almuerzo la señora Elvira. Eneka me dijo, esta tarde tenemos que transplantar las capuchinas, vamos a hacer que durante todo el verano los muros que dan a la fábrica estén cubiertos de capuchinas, y dije, bien, porque todo cuanto me proponía Eneka me parecía una aventura extraordinaria. Me explicó que las flores y las hojas de la capuchina podían comerse en ensalada, que tenían el mismo sabor que los berros y que favorecían el sueño, retrasaban la caída del cabello y hasta podían curar algunas malas infecciones del aparato urinario. Le dije a Eneka que entonces deberíamos sembrar capuchinas junto a todos los muros y no sólo en el que daba a la fábrica, y él se rió y me alborotó el cabello con su mano gigante, y fuimos hacia la parte trasera del palacio, para bajar por las escaleras de piedra hasta el sótano, que era donde estaban las cocinas. Eneka le preguntó a Elvira, qué tenemos para comer, y ella respondió, guiso de lentejas, y fue tal el ataque de risa que a Eneka y a mí nos provocó la respuesta de Elvira, que todos cuantos estaban en la cocina se quedaron serios y preocupados porque pensaban que nos habíamos vuelto locos. "


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