Los gitanos (fragmento)Miguel Hue y Camacho
Los gitanos (fragmento)

"Con estas y otras parecidas conversaciones, se pasaron dos días y no dejó de visitar á los gitanos varias veces el enamoradizo D. Pedro, de decir piropos á María y hacer grandes promesas á Baltazara y al tío Gregorio; al tercero por la tarde que era el lunes de la semana de pasión, recibieron un aviso de Jerez, y de sus resultas se pusieron todos en camino hacia la ciudad, excepto algún otro viejo que se quedara en la ranchería, y se apearon en el barrio de S. Miguel á lo último de la calle del Sol en la casa del tío Manuel de los Reyes; este gitano á quien llamaban el tío Manolito, era el padrote de todos ellos. Figúrense mis lectores á un hombre alto, seco, pelo negro, lustroso como el ébano, recogido atrás en un crecido moño, color atezado en demasía, una espaldilla mucho más levantada que la otra, sesenta años de edad y he aquí el retrato fiel de esta notabilidad gitanesca.
Fue el motivo de tan repentina marcha, que se acercaba el día del viernes santo; había muerto el que tocaba el tamboril en la procesión de los gitanos, y sabiendo el tío Manolito la rara destreza que en aquel instrumento tenía el tío Gregorio, lo llamara con la mayor presura, y los demás quisieron acompañar al jefe de su ranchería.
Indubitable cosa es, que desde el establecimiento de la religión cristiana, la tiranía y la opresión feudal poco á poco se desmoronaron ante el altar de Cristo, al propio tiempo que se morigeraban las costumbres públicas y privadas, y sellaban innumerables mártires con su pura sangre la ardiente fe que se albergaba en sus corazones: empero acostumbrados los primeros cristianos á las estrepitosas y profanas diversiones y ceremonias de la gentilidad, no pudieron en su nueva creencia perderlas del todo, porque es difícil desarraigar los usos á que desde la cuna nos acostumbramos; así ellos acompañaron por mucho tiempo los pasos de los hijos del Crucificado; y si los prudentes concilios generales y particulares y las piadosas pláticas de varones ilustres lograron desterrar los hábitos más perjudiciales, quedaron por luengos siglos otros no menos extraños y notables. Las fiestas del asno y de los inocentes en Francia y la del toro de S. Marcos en nuestra Extremadura son irrevocables testimonios de lo que voy diciendo. No se acostumbraban en Jerez prácticas tan reprehensibles, pero se creía que las multiplicadas procesiones de semana santa con sus disciplinantes, rifas, caídas, descendimientos de cruz eran ejercicios sumamente laudables, y sea dicho en verdad, podrían bien acomodarse á las costumbres sencillas de nuestros abuelos, pero en el día nos place la religión más espiritual, menos mundana y no ligada con inconexas exterioridades. "



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