El americano impasible (fragmento)Graham Greene
El americano impasible (fragmento)

"Dejé colgar las piernas por la escotilla, encontré la escalera y bajé. Es raro cómo tranquiliza la conversación, especialmente sobre temas abstractos; parece normalizar los más extraños ambientes. Yo ya no estaba asustado; era como si hubiera salido de un cuarto y tuviera que volver a él para reanudar la discusión; la torre vigía era la rué Catinat, el bar del Majestic, hasta podía ser una habitación de Gordon Square.
Esperé un minuto al salir de la torre para recobrar la visión. Se veían las estrellas, pero no la luna. La luz de la luna me recuerda la morgue y el resplandor frío de una lamparita desnuda sobre la tabla de mármol, pero la luz de las estrellas está viva y nunca inmóvil, es casi como si alguien, en esos vastos espacios, tratara de comunicarnos un mensaje de buena voluntad, porque hasta los nombres de las estrellas son amigos. Venus es cualquier mujer que amamos, las Osas son los ositos de la infancia, y supongo que la Cruz del Sur, para aquellos que como mi mujer tienen fe, puede ser un himno favorito o una plegaria junto a la cama. En cierto momento me estremecí, como se había estremecido Pyle. Pero la noche era bastante cálida, sólo que esa extensión de aguas poco profundas a cada lado daba una especie de matiz helado al calor. Me dirigí hacia el coche, y durante un instante, en medio del camino, creía que ya no estaba. Eso me intranquilizó, hasta que recordé que se había quedado a unos treinta metros de distancia. Sin querer, caminaba con los hombros encogidos; de ese modo me sentía tal vez menos visible.
Tuve que abrir el maletero para sacar la frazada; el clic y el chillido de las bisagras me sobresaltaron en medio de ese silencio. No me gustaba nada ser el único ruido en medio de lo que podía ser una noche llena de gente. Con la manta sobre el hombro, bajé la tapa con más cuidado, y en ese momento, cuando se cerraba el resorte, el cielo del lado de Saigón se iluminó, y el ruido de una explosión llegó atronando. Un cañón bren escupió y escupió, y volvió a callarse, antes de que cesara el estruendo. Pensé: «Alguno ha quedado fuera de juego», y muy lejos se oyeron voces que gritaban de dolor o de miedo o quizá hasta de triunfo. No sé por qué, todo el tiempo había imaginado que el ataque vendría de atrás, del lado por donde habíamos venido, y durante un instante me pareció injusto que los vietmineses se nos hubieran adelantado, que estuvieran entre nosotros y Saigón. Era como si inconscientemente nos hubiéramos dirigido hacia el peligro, en vez de eludirlo, así como ahora me acercaba a él para regresar a la torre. Fui caminando porque era menos ruidoso que correr, pero todo mi cuerpo anhelaba correr.
Al pie de la escalerilla llamé a Pyle:
—Soy yo, Fowler.
Ni siquiera en ese momento podía decidirme a usar mi nombre de pila cuando hablaba con él. Dentro de la torre la escena había cambiado. Las cacerolas de arroz estaban nuevamente en el suelo; uno de los soldados tenía el rifle sobre la cadera y se había sentado contra la pared, mirando fijamente a Pyle; éste estaba arrodillado a cierta distancia de la pared opuesta, con los ojos fijos en la ametralladora que yacía entre él y el segundo centinela. Como si hubiera comenzado a arrastrarse hacia el arma y se lo hubieran impedido. El brazo del segundo centinela estaba extendido hacia el arma; nadie había luchado, ni siquiera amenazado» era como un juego de niños, donde uno no debe ser visto ni moverse, porque si no lo mandan nuevamente a la salida para empezar de nuevo. "



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