Sed de amor (fragmento)Yukio Mishima
Sed de amor (fragmento)

"Etsuko vestía un kimono de seda estampado con dibujos de crisantemos, de una calidad rara fuera de la ciudad, bajo un haori de color negro brillante, deliberadamente corto. El aroma de su querido Houbigant se diseminaba vagamente a su alrededor; un perfume que no tenía lugar en un festival rural y que se lo había puesto obviamente por Saburo. El ingenio de Yakichi se lo había rociado sobre el cuello. Sobre el vello que cubría su piel quedaban gotas de colonia muy pequeñas, infinitesimales, que brillaban como perlas de una belleza incomparable. Su piel siempre había sido muy suave; había, de hecho, una clara contradicción entre la lozana área de su cuerpo entonces confiada a Yakichi y la piel callosa, reseca, de la mano de éste. Sin embargo, su sucia mano eliminaría gradualmente todas las fronteras hasta hundirse en sus pechos fragantes. En el proceso que generaba esta contradicción artificial, Yakichi se sentía inclinado por primera vez a creer que realmente la poseía.
Cuando giraron por un callejón junto al centro de distribución de arroz, recibieron repentinamente el saludo del hedor de la lámpara de acetileno, bajo cuya luz vieron por fin el bullicio de los vendedores ambulantes. Uno vendía caramelos. Otro vendía juguetes mecánicos, que guardaba clavados por sus manubrios o cualquier otro saliente en una bala de paja. Otro vendía sombrillas de papel floreadas. Junto a éste había otros que vendían —aunque no era la temporada— petardos, juegos de cartas para niños y globos.
Cuando llegaba la época de los festivales, estos vendedores se iban a las paradas de Osaka y compraban las mercancías sobrantes a precio reducido. Luego vagaban por la estación de Hankyu preguntando a los transeúntes qué estación, a lo largo del recorrido, celebraba hoy su festival. Si se dirigían al templete de Hachiman junto a la estación de Okamachi y veían que otros se les habían adelantado y estaban ya instalados en el lugar, seguían su camino hasta el próximo festival. Perdidos casi por completo sus sueños de grandes ganancias, llegaban en pequeños grupos a través de los campos, y su andar lento y cansino era el mejor testimonio de su resignación. La mayoría de los mercachifles que había hoy en la aldea, hombres o mujeres, eran viejos.
Los niños estaban reunidos como un nudo alrededor de unos coches de juguete que corrían en el interior de un círculo. La familia Sugimoto pasó los tenderetes uno a uno discutiendo si debían comprarle o no un coche de cincuenta yenes a Natsuo. "



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