Luz virtual (fragmento)William Gibson
Luz virtual (fragmento)

"¿A Tesoro, donde estaban los hombres lobo y los caras de muerto, los locos peligrosos expulsados del puente, que rondaban ahora aquellos bosques? Había sido un cuartel de la Marina, decía Skinner, pero una plaga acabó con todo justo después del Pequeño Grande, una enfermedad: primero se te estropeaban los ojos y después se te caían los dientes. La fiebre de la Isla del Tesoro; decían que después del terremoto algo había salido de una lata en el cuartel de la Marina. Nadie se acercaba allí, nadie que fuera normal. De noche se veían las hogueras, a veces, y de día el humo, y si uno iba hasta el arco de Oakland, hasta el voladizo, se daba cuenta de que la gente de allí no era como uno, de verdad, como la gente de aquí, la que vivía en la estructura de suspensión del puente.
¿No sería mejor volver y tratar de encontrar la bici? Con una hora de marcha los frenos recuperarían la carga. Se vio a sí misma pedaleando, tal vez hacia el este, pedaleando para siempre hacia el país que hubiese de ese lado, por desiertos como los que salían en la televisión, y luego granjas llanas y verdes por donde avanzarían enormes máquinas en fila, haciendo lo que hacían las máquinas. Pero entonces se acordó de la carretera que la había traído desde Oregón, los camiones que pasaban rugiendo en medio de la noche como animales furiosos y perdidos, y trató de imaginarse en la bicicleta avanzando por esos lugares. No, no encontraría salida por carreteras como la que recordaba, donde nada estaba hecho a escala humana, donde apenas si de vez en cuando se avistaba una luz en todos aquellos campos de oscuridad. Donde se podía caminar y caminar por siempre jamás y no llegar nunca a ningún sitio, ni siquiera a un sitio donde sentarse. No sería una bicicleta lo que la sacaría de allí.
También podría volver a lo de Skinner. Subir a ver… No. Desechó esa idea con todas sus fuerzas.
El vacío subió desde las sombras batidas por la lluvia como un gas, y Chevette contuvo el aliento.
Lo curioso de las pérdidas: uno no se da cuenta de las cosas que tiene hasta que las pierde. Tuvo que marcharse su madre para darse cuenta de que había estado con ella, pues antes la madre era ese lugar, todas las cosas, como el clima. Y Skinner, y la estufa Coleman y el aceite que había que gotear en el orificio para que la junta de cuero estuviera siempre blanda y funcionara la bomba. Uno no se despierta todas las mañanas diciéndole sí y sí a todas las cosas pequeñas. Pero todo en la vida estaba hecho de cosas pequeñas. O de alguien a quien ver, que estuviera allí al despertar. O de Lowell. Cuando tenía a Lowell, si es que podía decir que lo había tenido alguna vez, porque suponía que no, la verdad… pero mientras estuvo sí que fue un poco así. "



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