Un socio (fragmento) "George lo miró fijamente y rompió en sollozos. Después se tendió sobre un canapé, ocultó su cara debajo de un almohadón y continuó llorando como un niño. "Más vale así", se dijo Cloete y se marchó, explicando al hostelero que se retiraba porque necesitaba realizar unas cuantas cosas aquella misma noche. La mujer del hostelero, llorando, lo siguió hasta la escalera para decirle: "¡Oh, pobre señora, se vuelve loca...!" Cloete la apartó, mientras respondía: "No, seguramente, no. Ya se le pasará. No es el dolor lo que enloquece a la gente, es el tormento". En esto Cloete se equivocaba. La desolación de la señora de Harry se debía a que su esposo se había suicidado ante ella. No se le pasó y, de tal modo, luego de un año hubo necesidad de internarla en un manicomio. No estaba agitada; su estilo de locura era dulce, tranquilo. Vivió todavía largo tiempo. Y Cloete ya estaba desafiando el viento y la lluvia. Nadie en las calles. Había vuelto la tranquilidad. El patrón del café salió a buscarlo al pasillo, y le dijo: "Por aquí, no. No está en la habitación. No hemos conseguido que se acostara por más que lo intentamos. Está allí, en la sala pequeña. Le hemos encendido fuego..." "Le has dado de beber también -dijo Cloete-. Nunca habló de pagar su bebida. ¿Cuánto ha bebido?" "Dos", dijo el otro. "Bueno. Bien puedo hacer esto por un marino rescatado del naufragio." Cloete se puso a reír con una risa demoníaca: "¿Qué, ha pagado?". El cafetero guiñó el ojo... "Le ha pagado a usted en oro, ¿verdad? Vamos, hombre, hable..." "¿Pero qué? -gritó el hombre-. ¿Qué quiere decir usted? Yo le he devuelto religiosamente el cambio de su moneda de oro". "Está bien", repuso Cloete. Y se dirigió a la sala pequeña donde estaba Stafford con el cabello desordenado, vestido con una camisa, en zapatillas y con un pantalón del dueño del establecimiento, sentado junto al fuego. Al ver a Cloete bajó la mirada. -Usted no creyó que volveríamos a encontrarnos, señor Cloete -dijo Stafford lentamente, pues aquel individuo, cuando no estaba bajo los efectos de la bebida, adoptaba una actitud huraña y humilde-. Después que el capitán se suicidó, me quedé allí, sentado y repasando en mi mente todo lo sucedido -dijo-. Todo llega. Han pasado muchas cosas: complot para hundir el barco, tentativa de asesinato y el suicido este. Señor Cloete, sé que he sido víctima de una cruel y premeditada tentativa de asesinato, como término de mil muertes previas. Y esto vale las mil libras esterlinas de las que hablamos. Una cantidad insignificante, como usted ve. El suicido ha llegado oportunamente... Y levantó los ojos hacia Cloete, que sonrió y se acercó a la mesa. -Usted ha matado a Dunbar -murmuró. Lo miró con firmeza y le mostró los dientes: -Cierto que lo he matado. Yo estuve encerrado en la cabina como un ratón en la ratonera... Encerrado y condenado a ahogarme al hundirse el barco. Claro, yo lo he matado. La sangre y la carne serán los jueces de esta acción. Yo creí que era usted, miserable asesino, que venía a terminar conmigo... Él abrió la puerta con violencia y cayó sobre mí; tenía un revólver en la mano y lo maté. Estaba loco. Mucha gente enloquece por mucho menos. Cloete lo contempló sin pestañar. -¡Ah, ah! ¿Éste es su cuento? -Y al propio tiempo que hablaba, con ansias movió un poco la mesa-. Ahora, escuche el mío. ¿Dónde está el complot? ¿Quién puede probarlo? Usted se encontraba allí robando. Usted se disponía a desvalijar la cabina. El capitán lo sorprendió en el momento en que revolvía el cajón y con su propio revólver, usted lo mató. Usted lo mató para robar, sólo para robar. Su hermano y los empleados de la oficina saben que usted se llevó a bordo sesenta libras. Sesenta libras oro en un maletín. Me dijo a mí donde estaban guardadas. El patrón de la lancha salvavidas puede ser testigo de que todos los cajones se encontraban vacíos, sin excepción. Y usted ha sido lo suficientemente estúpido como para pagar unas copas media hora después de desembarcar, cambiando una de las monedas de oro. Escúcheme. Si no va usted pasado mañana a casa de los abogados de George Dunbar, a prestar una justa declaración sobre las causas del hundimiento del navío, lo denunciaré a la policía. Pasado mañana... ¿Y usted qué cree que pasó? Que Stafford comenzó a tirarse de los cabellos. Exactamente. Se los arrancó a manos llenas, sin decir palabra. Cloete dio un golpe a la mesa y el hombre rodó por el suelo, al ser derribada la silla donde se sentaba. Con su cuerpo dio en el guardafuego de la chimenea, al que tuvo que sujetarse. " epdlp.com |