Una docena de pañuelos (fragmento) "El hambre, el ruido del mercado y el alboroto de la tienda me tenían zonzo; y, para colmo de todo, una maldita india se había situado a la puerta con una marrana parida, y los cochinos gritaban sin cesar. Tuve intenciones de comprársela para no aguantar los chillidos. En alcanzar alpargates para que se los midieran, en bajarlo todo y volverlo a alzar, y contestar preguntas de cuantos iban llegando, se me pasó media hora más. La tienda era un laberinto de indios que entraban y salían, el mercado derramaba por las esquinas su gente a fuerza de concurrido, cuando el primer campanazo a sanctus sonó. Todos los indios y los sombreros cayeron como movidos por resortes ocultos, los primeros de rodillas, los segundos boca arriba, para que no se salieran los pañuelos. Y nada volvió a oírse. El órgano dejaba escapar una sonata a manera de marcha, y cada campanazo iba produciendo un ruido como si fuera un eco, producido por los golpes de pechos y el murmullo de las oraciones que a media voz rezaban todos; aquel ruido parecía el oleaje lejano de un mar que se azota contra las costa. Y ¡cosa extraña! hasta la marrana y los cochinos que habían chillado en toda la mañana, callaron. Tres campanazos sonaron y otras tantas veces se oyó el ruido de los golpes de pechos y oraciones; pero eso sí, no acabaron de dar el tercero cuando los de la plaza, aprovechando el silencio en que estaban, empezaron a gritar: -¡Maíz a siete reales! -¡Yo lo doy a seis! -¡Turma a cuatro! -¡Quién compra carne gorda, y si no la boto! Los últimos gritos ya no se oyeron, porque el ruido del mercado empezó de nuevo, como si les hubieran destapado a todos las bocas a un tiempo. Al punto empezó en la tienda la misma baraúnda de antes; pero yo no aguanté más por entonces, y me preparé para cerrar e ir a almorzar. Cuando ya iba a torcer la llave, llegó de nuevo el indio del pañuelo y me dijo: -No cierre sumercé, véndame el pañuelito. -A ver la plata que trae. -Buena plata, mi amo, no haga desconfianza. -Entonces cierro: así como así no tengo necesidad de apurarme. Están volando; ya casi no quedan pañuelos. -Abra sumercé, que no haiga miedo que... -Entonces me voy, dije, y cerré la tienda. A tiempo de irme reparé que una india mocetona y robusta acompañaba al indio. " epdlp.com |