Los días grises (fragmento)Antonio Isasi-Isasmendi
Los días grises (fragmento)

"Durante esos días los tiros no dejaban de sonar a todas horas. El fuego cruzado entre unos y otros era una constante en nuestra vecindad, en la que no parábamos de ir de un piso a otro para intentar ver desde los resquicios de los distintos balcones lo que estaba ocurriendo fuera. Nos reuníamos para hablar, para tranquilizarnos frente a la extraña pesadilla surgida. En medio de la tremenda escasez dominante, intercambiábamos cosas entre nosotros, comida, leña, prendas de abrigo, de todo salía en aquel improvisado cambalache. Todo el mundo hacía su esfuerzo personal intentando mitigar en lo posible aquella inexplicable situación.
Una mañana, al mirar a través de los cristales del balcón, me quedé fuertemente impresionado. En el centro del Pla de la Boquería había dos cuerpos inertes, caídos en el pavimento de Las Ramblas, que estaban rodeados de sendos charcos de sangre, y en la fuente situada junto a la calle de la Boquería, donde diariamente íbamos a buscar agua fresca con los botijos, un miliciano yacía muerto junto a su fusil.
¡LA HORRIBLE PESADILLA LLEGABA!
Aquella noche nos disponíamos a cenar. Debían de ser cerca de las nueve cuando mi madre ya tenía la mesa preparada. Había encendido la luz de lo que podríamos llamar «el comedor», aquel tétrico espacio de la parte de atrás del piso, junto al estrecho patio que compartíamos con la fachada posterior de la casa que daba a Las Ramblas. Yo ya estaba sentado a la mesa. Ella acababa de sacar la cacerola de la lumbre, repitiendo el milagro de cada noche; servir aquella sopa extraña de la que yo no sabía su composición, pero que fue, sin duda, uno de los pilares de mi tardío y fuerte desarrollo físico. Al cabo de un tiempo me enteré de que la base de aquel potente alimento que mi madre, aquel ser maravilloso, traía a casa de tapadillo para que yo no me enterara por temor a que pudiera rechazarlo, era una porción de carne de caballo prensada que le vendía una amiga del mercado de La Boquería, dueña de un importante puesto de carnicería caballar.
Debíamos de estar a media cena cuando, de pronto, una terrible explosión hizo temblar toda la casa. Con la violencia del inesperado estruendo, al levantarnos precipitadamente con el susto para refugiarnos en uno de los rincones del cuarto, volcamos por el suelo todo lo que había en la mesa, mientras todo se quedaba a oscuras y se producía una nueva y más grande deflagración. Abrazados en aquella esquina del piso, sin ver nada en absoluto, mi madre y yo permanecimos por un largo espacio de tiempo sin saber qué hacer, pegados a la pared, aterrorizados, mientras las explosiones se iban sucediendo sin parar y todo temblaba a nuestro alrededor. "



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