Cóndores no entierran todos los días (fragmento)Gustavo Alvarez Gardeazábal
Cóndores no entierran todos los días (fragmento)

"Él sólo cumplía con su deber, y como lo hacía tan bien, había solicitado un favor. El único, porque salió tan impresionado de la manera como desde el bufete de un abogado se maneja la administración pública -y eso lo repitió en sus extraños momentos de charla-, había quedado tan impresionado que prefirió desde ese momento ser estado a tener que hacer uso de tales artimañas.
Y lo logró. Empezó al día siguiente cuando llegó por las niñas y las empacó para Manizales sin que Agripina tomara parte en la decisión. Las llevaron en el mismo carro expreso que había pagado para ir a Cali, los dos compañeros del nuevo trabajo, José del Carmen Celín y Emiro Ateortúa. Los había conseguido en el entierro de don Luis Carlos. Se los recomendó uno de los Espinoza de Trujillo. Él no le dijo para qué era y Espinoza creyó que seria para instaurar directorios en tierras de prohibición, pero cuando ellos llegaron hasta donde León Maria esa noche y presentaron a Pascual Zapata, Calixto Aguilera, Olimpo Morales y los hermanos Rojas, Manuel y Alfredo, aunque Espinoza no les hubiese comunicado, ellos ya sabían qué venían a hacer. Por eso no tuvieron mucho que discutir sino recibir las carabinas que todavía estaban abajo de la cama, tomarse la aguapanela que Agripina les dio y trazar los primeros planes de acuerdo a las normas implantadas por los señores doctores de Cali.
De esa manera fue formando a su alrededor un verdadero gabinete de estado. Consiguió quien le manejara el puesto de la galería, se hizo el sordo de allí en adelante para lo que Tuluá dijera respecto a la herencia de don Luis Carlos, aunque siempre se encargó de aumentar el rumor, y dio comienzo a lo que Tuluá nunca ha podido explicar cómo fue, aunque don Julio Caicedo todavía viva. "



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