La hija del bandido o los subterráneos del Nevado (fragmento) "Ocho días después de lo referido, acababa el sol de ocultarse, dejando tras de sí esa luz vaga é indefinible que impone á los objetos que nos rodean, un tinte vago de dulce melancolía, y reviste las formas de las imágenes que cruzan por nuestro cerebro, de un ropaje luctuoso, que tan pronto nos halaga como nos entristece. ¡El crepúsculo! He aquí la hora, ó el espacio de tiempo más hermoso; y en el que parecen desprenderse los sentidos en busca de otra esfera desconocida. Mezcla de luz y sombra, tiene el poder de alejarnos de la vida real, al mundo de lo desconocido. ¡Cuántos pensamientos, cuántas ideas, y cuántos suspiros, ayes, sonrisas, miradas y lágrimas, salen a esa hora del corazón humano, atraídos por el reposo en que la naturaleza parece entonces concentrarse! El crepúsculo es el tiempo céntrico; la péndola que se agita entre un punto ya marcado, y otro que va á marcarse; la noche y el día. A esa hora se recuerda y se espera, se llora y se ríe. ¡A esa hora, la naturaleza parece convidarnos á contemplarla, y como juguetona niña, se complace en acumular á nuestros ojos, caprichosos fantasmas brotados de las sombras! ¡Oh! ¡Y cuán hermoso es entonces todo lo que nos rodea! Las brisas juguetean, las aves cantan y revolotean en torno de su nido, las flores entrecierran con languidez sus risueños pétalos; un murmurio dulce y apacible se despierta por todas partes, mientras los objetos van desapareciendo poco a poco y las estrellas comienzan a brillar en la diadema de la noche: Pero basta ya de interrupciones: voy a proseguir. María; sentada en un ancho sillón, miraba desde un corredor interior, la luz opaca y débil de la tarde, y sus ojos humedecidos por las lágrimas, se fijaban con tristeza en la inmensidad del espacio. Estaba más pálida que de costumbre y parecía hallarse dominada por algún presentimiento doloroso. Algunos momentos hacía que Juana la observaba, sin ser vista de la joven, con ese cariño inmenso y puro de la que ha visto crecer junto á sí, dueño de sus caricias y desvelos, á un pobre huérfano que, careciendo del regazo materno, busca sus brazos y su ternura para reposar en ellos. ¡También la que cría y nutre con el alimento de su cariño y la abnegación de su ternura, es madre! ¡También ella es capaz de rasgos heroicos y de sacrificios nobles y grandes! Juana, para María, no era otra cosa que una madre. La había visto nacer y crecer después a su lado, sin los besos de una madre; y ella había llenado este vacío en el corazón de la niña con sus caricias. Así es que su alegría la alegraba: y su tristeza la entristecía. " epdlp.com |