Carta confidencial (fragmento)Carlos Guido y Spano
Carta confidencial (fragmento)

"Comenzaba a serme ya pesada mi residencia en París, que tengo invencible aborrecimiento al despotismo, cuando los sucesos de la República subsiguientes a la batalla de Caseros, precipitaron mi regreso. En cuanto supe el derrumbamiento de la dictadura, escribí a mi buen padre manifestándole mi deseo de volver a su lado. Pocos meses después, sin haber aún recibido una contestación terminante, llegaba yo al Río de la Plata.
Por fin tornaba a ver la patria después de largos años de ausencia. No bien por entre los jirones de la niebla matinal vi delinearse a Buenos Aires en el horizonte lejano, me palpitó el pecho fuertemente y se me agolparon las lágrimas: "Allí estás, madre ilustre de esclarecidos varones, tutela un día y escudo de la independencia de América, convaleciente apenas de tu fiero martirio. Tu hijo desconocido te saluda con amor y respeto. Demasiado joven para haberte servido con provecho, peregrino, ha quemado su incienso en altares incógnitos y en misteriosas aras. Oscuro, ignorado, sin fortuna, sólo te trae un corazón entero, una fe inquebrantable en la justicia, un deseo vehemente de consagrarse a tu servicio, de sacrificarse si necesario fuere por tu dicha".
A medida que avanzaba hacia la playa, voy reconociendo los sitios, los templos, los edificios de la ciudad natal, tan caros a mis recuerdos de infancia. Aquélla es la cúpula de la catedral, donde tantas veces vi a mi madre en las místicas elevaciones del sagrario; enfrente, la Alameda, en la cual extraño no ver los grandes ombúes, refugio a mis escapadas de la escuela; a la derecha, las torres del convento de las Catalinas, asilo de vírgenes cristianas, que como el de San Juan, cuya campanita resuena en todas partes en los oídos de los hijos ausentes de Buenos Aires, deja escapar de sus claustros la oración, transmitiendo a las almas sencillas su santidad y su perfume. Aquél es nuestro viejo Fuerte con sus macizos murallones, dominados en los extremos por los cubos o atalayas ennegrecidos del tiempo, venerable monumento de la conquista y de la patria redimida, compendio en piedra de nuestra vida histórica, desde don Juan de Garay, su fundador, hasta la Revolución de Mayo, y desde entonces hasta el momento oprobioso en que le derribara la piqueta manejada por la mano sórdida de la especulación. Ya se oyen las campanas; las reconozco en el tañido; parece que me llamasen a orar. Sí, aquí estoy dando gracias a Dios que conduce la nave al puerto, y vuelve al redil la oveja descarriada. "



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