Pepe Corvina (fragmento)Enrique Estrázulas
Pepe Corvina (fragmento)

"No había visto el papel en la botella, la misma que vació en una noche. Hablaba de lo mismo: archipiélago, brújula, cobre, paraíso, Mesopotamia, esqueletos, capitanes. Una rara elegía.
Un año esperé que volviera. Lo esperé sabiendo que no regresaría. El Bonito lo había dicho. A mí me bastaban sus monosílabos. Porque el Bonito era el Polonio. Nada que allí sucediera rebasaba su instinto: ese ojo solitario era la alquimia del paisaje.
Fue en época de zafra que sucedió aquello. El grito desgarrante de los lobos venía en el aire anunciando matanza. Se acababa el verano y el nombre de los meses traía pobreza, un nuevo invierno que vaciará el almacén desolando el Cabo. Yo lo esperaba con el mate, siempre tratando en vano de matar un recuerdo, armando cigarros flacos con tabaco de la frontera.
El sol no había caído cuando vino el Bonito y me avisó. Raro que alguien llegara cuando entraba el otoño.
-Son forasteros -dijo- gente de circo. Vienen con carpa pero sin leones, en un cachilo viejo.
El humo lo divisé a lo lejos, creciendo entre las dunas. El auto subía y bajaba, se enterraba y salía rugiendo entre arena. No venía por el sendero de carros. Traían equivocado el rumbo con peligro de hundirse en la humedad que aflojaba las cuencas. Desde los ranchos ya los habían visto. La máquina tambaleaba y seguía.
Se detuvo casi en la rompiente.
Sin dejar el mate acomodé el banco y me senté a mirar con el Bonito. El viento no zumbó en los caracoles. Fue como si el cabo abriera el oído.
Allí, cerca de las amontonadas rocas, quedó parado el auto negro, cargado y humeando. Se bajaron los tres. Uno de ellos fue al mar. Llenó una damajuana. La derramó enseguida sobre el motor que dio un gran suspiro, rabioso y recalentado. El humo entonces cesó. Los otros bajaban bultos, maletas, piedras, relojes. La gente de los ranchos se acercó un poco más. Se oía el ronroneo de los pronósticos, las deducciones en voz baja, la ansiedad. "



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