El valle del caos (fragmento)Friedrich Dürrenmatt
El valle del caos (fragmento)

"El alcalde no cejó en su empeño. Fue de abogado en abogado y de un consejero nacional a otro en el cantón, visitando incluso a dos consejeros cantonales, pero ninguno se mostró dispuesto a ayudarlo. Que la denuncia quedaba en el aire, le dijeron, y él debería ponerse en la situación del juez instructor, medio asfixiado ya entre tanta denuncia; además, el alcalde no tenía más pruebas que las patrañas de Elsi, que una nueva denuncia lo empeoraría todo y que por favor acatara la orden de matar al perro. Pero el alcalde no tenía la menor intención de hacerlo, de modo que a la tercera amonestación, el policía Lustenwyler recibió la orden de efectuar la ejecución. Descolgó de la pared su fusil de servicio, se dirigió en su jeep al cruce de caminos y trepó luego a pie hasta la aldea. En la entrada lo aguardaba el alcalde, también con un fusil bajo el brazo. A su lado estaba sentado Mani. Lustenwyler se detuvo y empezó a pensar. En realidad debería apuntarle al perro, pero el alcalde podría a su vez apuntarle a él. Lustenwyler se quedó pensando. La pregunta era si podía dispararle al perro estando éste al lado del alcalde, ¿y si le daba a éste en vez de al otro? Lustenwyler siguió pensando. ¿Habría un reglamento policial para estos casos? Tenía la vaga sospecha de que sí existía un reglamento para casos similares. Pero ¿qué casos eran realmente? Lustenwyler lo ignoraba. Y ya llevaban una hora frente a frente, el alcalde, el perro y él. Lustenwyler sintió hambre. Sacó un trozo de salchichón de su faltriquera y empezó a comer. El perro meneó la cola. El policía metió otra vez la mano en la faltriquera y le lanzó un trozo de salchichón al perro; era lo correcto, ya que iba a matarlo. El alcalde también metió la mano en su faltriquera y sacó otro trozo de salchichón. Los tres comieron salchichón. El alcalde, el perro y el policía. El perro fue el más rápido. Lustenwyler seguía sin saber cómo podría dispararle. Ya llevaban dos horas frente a frente. Si le pedía al alcalde que se hiciera a un lado, no podría apuntarle simultáneamente al perro, pues si lo hacía, el alcalde también apuntaría al mismo tiempo, y hacia él, y si ambos disparaban simultáneamente, tanto él, Lustenwyler, como el perro, podían ser abatidos simultáneamente, y en ese caso él moriría en cumplimiento de su deber, aunque nunca había oído que fuera un deber morir por el fusilamiento de un perro, un perro no era una patria. Si, en cambio, le pedía al alcalde que se hiciera a un lado sin apuntarle al perro, y el alcalde se apartaba sin apuntarle a él, podría apuntarle luego al animal, aunque como el perro era rápido, podía morderlo antes de que él lograra dispararle. Y ya llevaban tres horas frente a frente. Hasta que Lustenwyler volvió al jeep con pasito trotón. "


El Poder de la Palabra
epdlp.com