Balada de Caín (fragmento)Manuel Vicent
Balada de Caín (fragmento)

"Nueva York exhibía el color de otoño, el hedor de siempre: delicados amarillos y púrpuras en Central Park, rojos sangre de perro en los carteles de salchichas, rosas desvaídas en el rostro de los héroes de las pancartas y el dulce olor de gas penetrado por la putrefacción de un millón de tartas de fresa. Me eché a la calle sonriendo a todos los mendigos y por delante de mis ojos desfilaban negros en cadillacs blancos con sombreros de copa fosforescentes, ancianas vestidas con trajes de ballet, viejos de ochenta años que hacían footing, heroinómanos transparentes, limusinas blindadas como sarcófagos con un prodigioso carnicero en su interior, y yo los amaba a todos. ¿Era exactamente mi alma la que estaba pegada en las paredes de la 42? Había un estercolero de carne en aquella esquina con la Octava Avenida y por la acera fluctuaban camellos que predicaban la mandanga en voz baja y algunos seres mutantes dormían en posición fetal en los cubos de basura y a las once de la mañana las bombillas que orlaban los paneles encendían y apagaban grandes tetas e inmensos culos que parecían puertos de mar donde iban a caer deseos de cuarenta dólares. Al pasar por esa esquina, algunos extraterrestres me saludaron como a un emperador. Salve, Caín. Diestro con la quijada de asno, invicto derramador de sangre de perro, amor de los apestados, ¿quieres un pico de heroína? Verás las palmeras de Biblos con el humo de tu adolescencia dormido sobre sus murallas. Yo caminaba por las calles de Manhattan entre hirientes imágenes de panasonic, calientes vallas con chicas abiertas de piernas que anunciaban bragas o salchichones y reatas de adolescentes con cresta de gallo pintada de carmesí, y recordaba un pasado en el desierto lleno de salmos y escorpiones, de preceptos y reptiles. "


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