El magnate, el bufón y la carroña (fragmento)Juan Eduardo Zúñiga
El magnate, el bufón y la carroña (fragmento)

"Sabía todo lo que pasaba en la corte, especialmente lo abyecto. Sobre el cuerpo que se retorcía en el suelo, con un puñalito clavado entre los huesos de la espalda, o sobre el que daba alaridos de animal pidiendo un antídoto, la cara burlona del bufón se inclinaba. Los presentes le ahuyentaban, temiendo tal testigo, pero él sabía esquivarse y quedaba allí no para escuchar cómo se apagaba la respiración anhelante, sino los comentarios que provocaba aquella muerte. El estaba enterado de cómo vivían y morían los artesanos, los extranjeros, los siervos...
Llegada la noche, cuando en el palacio las palabras dejaban de ser necesarias y se entornaban los ojos y las puertas, y todos, grandes y pequeños, buscaban el rincón más blando y templado para descansar, Garai salía por la puerta secreta.
Sin ser visto, buscando en las sombras su disfraz, se acercaba a la orilla donde las aguas batían pesadamente. Se encontraba con otros hombres a los que apenas saludaba y el trabajo comenzaba. Con largos palos buscaban en las aguas, exploraban las márgenes de piedra o de barro, los muelles o los remansos donde flotaban detritus. Aquella ciudad era atravesada por un río caudaloso cuyas aguas no sólo fecundaban las huertas cercanas, sino que arrastraban cuanto de malo recogían en su largo trayecto. Todo lo inútil y descompuesto venía a varar en sus orillas o al pie de los puentes que lo cruzaban. Desde allí daban su olor insistente por el que eran conocidos los barrios de las márgenes del gran río y desde las casas más cercanas se oía, no bien entrada la noche, un continuo chapoteo, turbado por algún ruido seco y rápido que rompía las aguas, o una voz pidiendo socorro o las riñas de los rufianes que en las orillas tenían su trabajo asegurado.
Garai era respetado por su cargo en palacio. Su pequeña figura recorría las distintas zonas donde en silencio, sin luz alguna, buscaban en las aguas y se rescataba algún pesado cuerpo, que era palpado y manipulado en la oscuridad.
Y tras varias horas de afanoso trabajo, el bufón regresaba a la puerta escusada, se hundía por ella y pronto yacía en su camastro, a veces con los ojos bien abiertos, insomne, percibiendo la llegada del alba por el ventanuco. "



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