Últimos testigos (fragmento)Svetlana Aleksijevitj
Últimos testigos (fragmento)

"Después de la guerra nos enviaron a un orfanato que estaba cerca de una carretera. Había muchos prisioneros alemanes, los estuvimos viendo caminar por esa carretera durante días y días. Les tirábamos piedras, tierra. Los guardias nos reñían y nos echaban de allí.
En el orfanato todos los niños esperaban a sus padres; un día vendrían y se los llevarían a casa. Cuando entraba algún hombre desconocido, o alguna mujer, todos corríamos hacia ellos gritando:
—¡Es mi papá!... ¡Es mi mamá!...
—¡No, es el mío!
—¡Han venido a buscarme!
—¡No, han venido a buscarme a mí!
Nos daban mucha envidia los niños que encontraban a sus padres. Esos no nos permitían acercarnos a sus padres y a sus madres: «No la toques, es mi mamá» o «No lo toques, es mi papá». No los soltaban ni un instante, temían que alguien se los robara. O tal vez era miedo de que volvieran a irse.
Los niños huérfanos y los que tenían familia estudiábamos juntos. En aquella época todos vivíamos mal, pero el niño que venía de casa siempre llevaba en su bolsita un pedacito de pan o una patata. Nosotros no teníamos nada. Llevábamos siempre la misma ropa. De pequeños no nos importaba, pero cuando crecimos empezamos a agobiarnos. A los doce años, a los trece, yo soñaba con tener un vestido bonito y unos zapatos, pero todos calzábamos aquellos botines pesados. Los chicos y las chicas, daba igual. Quería tener una cinta bonita para ponerme en el pelo, unos lápices de colores. Quería tener una cartera. Quería bombones... Pero solo teníamos dulces y caramelos en la fiesta de Año Nuevo. Recuerdo que una vez teníamos gran cantidad de pan negro; lo degustamos como si fueran bombones, nos parecía tan rico...
Había una maestra joven, las demás eran mujeres mayores. Todos estábamos enamorados de esa joven maestra. La adorábamos. Las clases no empezaban hasta que ella entraba en la escuela. La esperábamos pegados a las ventanas: «¡Ya viene, ya!...». Entraba en la clase y todos queríamos tocarla, todos pensábamos: «Es igual que mi mamá...».
Yo soñaba: «Me haré mayor, me pondré a trabajar y me compraré muchos vestidos: uno rojo, uno verde, uno de lunares, uno con un lazo. ¡Sobre todo, uno con un lazo!». Cuando llegué a séptimo, me preguntaron qué oficio quería aprender; yo ya tenía la decisión tomada desde hacía mucho tiempo: quería ser modista. "



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