El invierno de mi desazón (fragmento)John Steinbeck
El invierno de mi desazón (fragmento)

"Para mí, la vitrina siempre había sido el sagrado lugar de los parenti: máscaras romanas de los ancestros, los lares y pe­nates, un meteorito o una roca desprendida de la luna. Tenía­mos incluso una raíz de mandrágora: un hombrecillo perfec­to, brotado del esperma de un ahorcado en el momento de la muerte, y también teníamos una sirena harto verosímil, bas­tante decrépita, pero confeccionada de un modo sumamen­te hábil, utilizando la parte superior de un mono y la parte inferior de un pez debidamente cosidas una con la otra. Con el paso de los años se había encogido, se le veían las punta­das en los bordes, pero en sus dientecillos afilados aún aso­maba una sonrisa feroz.
Supongo que en todas las familias hay algo mágico, una especie de continuidad que enciende el ánimo, que es fuente de consuelo y de inspiración, una generación tras otra. En nuestro caso era... ¿cómo diría? Era una especie de piedra traslúcida, quizás de cuarzo, o de jade, o de esteatita. Tenía forma de círculo, de unos diez centímetros de diámetro y casi tres en la punta redondeada. Tallada en la superficie se veía una figura interminable, entrelazada, que parecía moverse, pero que no iba a ninguna parte. Tenía vida, pero carecía de cabeza y pies, de principio y fin. La superficie pulida de la piedra no era lisa al tacto, sino ligeramente adherente, como la carne, y siempre estaba cálida. Se veía su interior, pero no de través. Supongo que algún viejo marino de la familia se la habría traído de China. Era mágica: agradable de mirar, de tocar, de frotar contra la piel, de acariciar con los dedos. Esta piedra mágica y extraña vivía en el interior de la vitrina. De niño, de joven, de adulto, se me permitía tocarla, jugar con ella, manipularla, pero no llevármela a otro lugar. Su color y sus volutas, su textura misma, cambiaba según cambiaran mis necesidades. A veces me parecía un seno femenino; de chico se me antojaba el yoni, inflamado y dolorido. Es posi­ble que más adelante evolucionara y que se convirtiera en un cerebro, incluso en un enigma, en algo carente de principio y fin, en algo en constante movimiento, la pregunta que es completa en sí misma, que no necesita respuesta que la des­truya ni fronteras que la delimiten. "



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