El invierno de mi desazón (fragmento) "Para mí, la vitrina siempre había sido el sagrado lugar de los parenti: máscaras romanas de los ancestros, los lares y penates, un meteorito o una roca desprendida de la luna. Teníamos incluso una raíz de mandrágora: un hombrecillo perfecto, brotado del esperma de un ahorcado en el momento de la muerte, y también teníamos una sirena harto verosímil, bastante decrépita, pero confeccionada de un modo sumamente hábil, utilizando la parte superior de un mono y la parte inferior de un pez debidamente cosidas una con la otra. Con el paso de los años se había encogido, se le veían las puntadas en los bordes, pero en sus dientecillos afilados aún asomaba una sonrisa feroz. Supongo que en todas las familias hay algo mágico, una especie de continuidad que enciende el ánimo, que es fuente de consuelo y de inspiración, una generación tras otra. En nuestro caso era... ¿cómo diría? Era una especie de piedra traslúcida, quizás de cuarzo, o de jade, o de esteatita. Tenía forma de círculo, de unos diez centímetros de diámetro y casi tres en la punta redondeada. Tallada en la superficie se veía una figura interminable, entrelazada, que parecía moverse, pero que no iba a ninguna parte. Tenía vida, pero carecía de cabeza y pies, de principio y fin. La superficie pulida de la piedra no era lisa al tacto, sino ligeramente adherente, como la carne, y siempre estaba cálida. Se veía su interior, pero no de través. Supongo que algún viejo marino de la familia se la habría traído de China. Era mágica: agradable de mirar, de tocar, de frotar contra la piel, de acariciar con los dedos. Esta piedra mágica y extraña vivía en el interior de la vitrina. De niño, de joven, de adulto, se me permitía tocarla, jugar con ella, manipularla, pero no llevármela a otro lugar. Su color y sus volutas, su textura misma, cambiaba según cambiaran mis necesidades. A veces me parecía un seno femenino; de chico se me antojaba el yoni, inflamado y dolorido. Es posible que más adelante evolucionara y que se convirtiera en un cerebro, incluso en un enigma, en algo carente de principio y fin, en algo en constante movimiento, la pregunta que es completa en sí misma, que no necesita respuesta que la destruya ni fronteras que la delimiten. " epdlp.com |