La doma del jaguar (fragmento)Hugo Rodríguez Alcalá
La doma del jaguar (fragmento)

"La noche aquella cuando al fin quedó dormida tenía ella los ojos llenos de lágrimas. Era feliz por primera vez. Durmió más hondamente que nunca con un sueño muy dulce.
-Así habré dormido dos o más horas cuando al despertar, sentada en un costado de mi cama de hierro, la Mujer Blanca me dijo que iba a decir algo importante. Me habló tan suavemente que me pareció que me haría dormir de nuevo para que en el sueño la escuchara mejor. Me dijo que una flor hermosa, una flor con luz que ahora ella ponía sobre mi pecho, me dijo que yo tenía que llevársela a una mujer, blanca como esa flor, que vivía aquí abajo, en la ciudad, y no lejos.
-Yo te ayudaré desde arriba. No te será difícil encontrar la casa. La puerta de la calle estará entreabierta. A ver, a levantarse...
No había nadie en las calles llenas de luna. Yo sabía adónde ir; me lo habían indicado muy bien: a pocas cuadras del colegio, yendo hacia el río, doblar a la izquierda. No lejos de un baldío habría una casa de seis balcones bajos. Llegué a la casa y vi el zaguán; mejor dicho vi la puerta del zaguán, alta y labrada. Estaba entreabierta. La empujé y se abrió del todo. El zaguán no estaba oscuro. Avancé y vi un patio cubierto por una parra. La parra estaba toda iluminada por la luna. Yo llevaba la flor; aspiré su perfume una vez más porque tenía que entregarla pronto. Al final de la parra una mujer blanca como la otra, me esperaba.
Entonces me desperté y yo estaba sola en la cama de hierro cerca del árbol verde claro donde se agitaba un pájaro amarillo.
Comprendí que no había ido yo a la casa de los seis balcones, la de la puerta entreabierta y la parra con luna. Comprendí que mi cuerpo no se había movido de la cama de hierro. Yo sí; una parte de mí. Yo no tenía ninguna flor blanca; acaso la había entregado.
El domingo siguiente, después de la misa de nueve, resolví visitar la casa a la luz del sol y llevar una rosa blanca a la mujer de mi sueño. A una de ellas, a la de aquí abajo.
El sacristán no quiso darle la rosa blanca que le pedía Otilia. Otilia insistió mirándolo a los ojos con esos sus ojos grandes y brillantes que sólo se veían en su cara.
El sacristán le dio la mejor rosa del altar mayor. Ella siguió las instrucciones que le dieron. Ya conocía el camino. Llegué al baldío y, a pocos metros, estaba la casa. Empujé la puerta de calle. Cedió y quedó del todo abierta. El zaguán, idéntico al del sueño, terminaba en el patio de la parra. Los racimos, maduros todos, empapados de sol. "



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