El peso de los muertos (fragmento)Víctor del Arbol
El peso de los muertos (fragmento)

"Para cuando el moro Ulises asomó al final de la calle Imperio, la Virtudes ya estaba prevenida y esperaba, con el ojo pegado a la mirilla de la puerta. A pesar de estar alerta, la sorprendió de pronto el perfil alargado del inspector al otro lado. Retrocedió justo a tiempo para que la frágil puerta, derribada de una patada, no se le viniese encima. El moro irrumpió en la casa y se vio rodeado por el aroma del ajenjo.
Una quemadura antigua se adivinaba en el escote medio desnudo de la Virtudes, que llevaba puesta una bata desabrochada que le venía demasiado grande. Al principio, el moro casi no reparó en la mujer; miraba por encima de ella el interior de la casa.
—¿Estás sola?
—No sé nada —gimió la mujer. No era la primera vez que la policía venía en su busca desde que habían metido a su marido en la cárcel dos años atrás por espiar a los Quiroga. La cicatriz de las quemaduras en el pecho era testimonio de esas visitas.
El moro Ulises pasó levemente el dedo por encima de la mesa, sin tocar a la mujer.
—Yo sí. Sé que han soltado a tu marido esta mañana. Pero lo he vuelto a detener —dijo, mirándose la yema manchada de polvo pegadizo—. Ahora está en comisaría, sangrando como un cerdo.
—¿Por qué lo han detenido? Seguro que no ha hecho nada. —La mujer sabía que detrás de cada ventana había unos ojos mirando y unos oídos escuchando. Juan tenía un prestigio en el barrio, era un sindicalista de los duros, de los que no se dejaba amedrentar por un policía de la secreta. Y de lo que ella hiciese o dijese dependía que esa fama se mantuviera.
—Siéntate —le ordenó el moro Ulises.
La luz de la calle llegaba con tacañería al interior de la casa. La madrastra de Lucía se sentó en el sofá, frente al aparato de radio apagado, con la concentración pasmada en la botonera dorada del dial. Sus párpados, acostumbrados a la oscuridad, temblaron al ver reflejada en la pared la silueta del moro de pie, a su espalda, mirándola con intensidad. "



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