La negra Angustias (fragmento)Francisco Rojas González
La negra Angustias (fragmento)

"Los muros sostenían grandes espejos con marcos dorados; sobre las lunas francesas habíase escrito una previsora pero oprobiosa tarifa. En los huecos de las paredes, cromos alemanes con cínicas figuras que pretendían reconstruir las más atrevidas hazañas que la mitología atribuye al revoltoso diosecillo de los venablos inoculados.
En el fondo, un mostrador alto, de madera blanca, y tras de él, un cantinero joven, activo y decidor, que apenas se daba maña para encauzar la corriente de líquido que demandaban los gaznates exigentes y gritones de la parroquia.
Al otro extremo, el piano —ronco como eterno crudo— recibía la porriza del siglo por manos de un viejo rollizo y sucio, de calva desbordada sobre un cerquillo canoso y lacio; su nariz enrojecida se clavaba en el teclado: dedo de emergencia para atacar la zarabanda. Cerca de él, una anciana obesa y bigotuda rescataba de la dipsomanía del filarmónico los «dieces» con que la alegre clientela premiaba cada una de las interpretaciones del «profesor».
El Bicicleto, diligente y saleroso, mecía sus abultadas ancas en un constante ir y venir, sirviendo copas y, vaciando botellas en los insaciables vasos:
—¡Ay, mialma, pero qué retepeladotes son estos zapatistas del dianche!
En un rincón, puesta en jarras, Juana Fausto, recia matrona mestiza metida en años, pero todavía con carnes capaces y suficientes para despertar los apetitos de la muchachada, sonreía con el escándalo amarillento de sus dientes de oro a las alentadoras perspectivas de aquella extraordinaria noche.
Tal la mancebía de Cuautla en plena función.
Cinco mil revolucionarios irrumpieron en la pequeña ciudad. Allí se juntaron los grupitos que habían merodeado aisladamente durante medio año, para integrar entre todos un núcleo respetable en número y pavoroso en la acción de la venganza colectiva. Todos y cada uno de aquellos hombres llevaban dentro de sí un yacimiento de inquietudes y una idea embrionaria de la justicia pura. Esa y no otra era la ideología que ilustraba a la masa.
En cuanto al mecanismo capaz de cristalizar aquellos caros ideales, todo giraba en torno de la violencia: destruir lo construido en muchos años con el esfuerzo de los más para el provecho de los menos… Después se pensaría en erigir sobre el yermo ceniciento el nuevo edificio de la redención. ¿Planes? ¿Preceptos? ¿Leyes? No sabían ni querían saber nada de eso. Ellos descargaron el hachazo contra el tronco del árbol que les quitaba la luz del sol; su tarea estaba concluida. De lo otro: de imponer el orden al desorden, de encauzar el torrente, de orientar fructíferamente el esfuerzo común, ya se encargaban, según habían oído decir, la maestrita Lola Jiménez y Muro y el joven Gildardo Magaña. "



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