La tierra del fuego (fragmento)Sylvia Iparraguirre
La tierra del fuego (fragmento)

"La condición humana no se percibía allí, tal vez por un exceso de ropas o de acicalamiento o de maneras. Vagando por las calles de Londres, sumergido entre la multitud, en esa corriente anónima de cuerpos, seguramente con bastante vino bajo el cinto, me decía: ¿acaso el Capitán no era también un hombre, y además un hombre decente e instruido? ¿No había inventado un artefacto para detectar las tormentas en el mar? ¿No le leía la Biblia a su tripulación, para confortarla? ¿No era eso humano o para bien de los humanos y en consecuencia no ponía al Capitán dentro de lo que yo sentía como “la condición humana”? Por algún motivo, para el muchacho que era yo entonces esto no constituía una respuesta. Arbitrariamente sentía que el Capitán era demasiado rico e influyente, demasiado educado. En las calles, en las tabernas, en los puestos callejeros, se podían ver, como en los barcos, caras bestiales y degradadas, es cierto, pero también eran los lugares donde aparecían miradas capaces de comprenderlo todo, signos extraños de solidaridad y fraternidad que brillaban como piedras pulidas en medio del barro. Yo estaba convencido de que si aquellas damas y caballeros encumbrados que había entrevisto en el otro Londres, el de lujosas e inmensas casas, que si cualquiera de ellos fuera arrojado a estas calles sin sus posesiones, sólo con lo puesto, hubiesen llegado tan rápidamente como cualquiera de nosotros a esa condición última en la necesidad vital de sobrevivir. Y sin embargo, si estos mismos borrachos, estas prostitutas, estos mendigos entre los cuales yo creía sentir la verdadera condición humana, se hubiesen encontrado frente a frente con los Button desnudos del Cabo de Hornos, sin duda los habrían apedreado, llamándolos caníbales, sin importarles que hubiera una niña entre ellos, los habrían echado al mar sintiéndose con derecho a hacerlo por la sola razón de sentirse superiores.
El Imperio, míster MacDowell o MacDowness, no tiene más remedio que producir lo suyo. El poder genera malnacidos que abusan de los indigentes en todas partes del planeta. Ésta es una categoría que nunca podrá aplicarse a los yámanas, ni a Button ni a sus hijos, considerados los instigadores de la matanza por la que fueron juzgados en las Islas y por la que usted me envió su carta. Son los más indigentes de la Tierra. Viven y sobreviven y su lucha es simple y natural y hasta diría que heroica en aquellos lugares desolados; su vida comunitaria está por encima del individuo, por lo que no hay engaños ni explotación ni desprecio. En mi tierra no hay el diablo, me dijo Button una vez.
Esta noche el vino me ha embriagado. No el vino de las tabernas de mi juventud sino el de esta mesa solitaria, en medio de la solitaria llanura. La escritura y el vino no se llevan bien; el alcohol magnifica, distorsiona las imágenes. Es prudente dejar de escribir y que la elocuencia sea aplacada por el sueño. "



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