Arlequinada (fragmento)Terence Rattigan
Arlequinada (fragmento)

"Jack (sorprendido). — ¡Joyce! (Se acerca a ella y la besa cariñosamente.) ¿Por qué diablos no me avisaste que vendrías?
Joyce.— No tuve tiempo.
Jack.— ¿Cómo que no tuviste tiempo?
Joyce.— No, porque tengo una noticia para ti que sólo yo puedo darte. Así que me metí en el primer tren y aquí estoy.
Jack.— ¡Oh, querida! ¡Qué espléndido!
Joyce (decepcionada). — Ya adivinaste.
Jack.— Tu padre cambió de idea. Querida, eres un genio. ¿Cómo lo conseguiste?
Joyce.— Tú lo conseguiste. Se impresionó terri­blemente con tu carta.
Jack.— Me imagino.
Joyce.— Después le hablé de tu hoja de servicios de guerra.
Jack.— Fue un error, ¿verdad?
Joyce.— ¿Recibiste la Cruz al Aviador Distin­guido?
Jack.— Sí, porque al comandante le gustó la pan­tomima que dirigí para los muchachos. Hablando de otra cosa. ¿Somos ricos?
Joyce.— De todos modos pagaremos impuesto adi­cional.
Jack.— ¡Querida, esto es una maravilla! ¿No ten­go que trabajar más?
Joyce.— En el teatro, por lo menos, no.
Jack.— Ah. ¿Pero tendré que trabajar?
Joyce.— Papá te va a hacer entrar en la firma.
Jack.— Ya me parecía que había una trampa.
Joyce.— Pero querido, no es una trampa. Jack... no será que no quieres dejar el teatro, ¿no es cierto?
Jack.— ¡Dios mío, no! Lo dejaría mañana mismo si pudiera.
Joyce.— Bueno, ahora tienes la oportunidad. (Se hace una pausa que rompe el alabardero, quien desde hace un rato vaga por el escenario.)
Alabardero 1.— "¡Ea, a recoger las flautas y a marcharnos!"
Jack.— Mire, amigo... ¿le importaría mucho de­cir eso en cualquier otro sitio? Tengo muchas cosas en la cabeza.
Alabardero 1. — Discúlpeme, señor Wakefield. Pero esta es mi gran oportunidad, sabe, y no quiero estropearla. (Murmurando.) Es así. Ya sé. "¡Ea, a recoger las flautas y a marcharnos!" (Se va.)
Jack.— Creo que será mejor que yo siga aquí has­ta el final de la gira.
Joyce (horrorizada).— ¡Toda la tournée! ¿Cua­renta y seis semanas?
Jack.— No. No. Sólo Inglaterra. Después de Lon­dres tendrán que buscarse otro. Pero no puedo dejar­los sin advertirles de antemano.
Joyce.— No. Ya lo veo. Hay una sola cosa a la cual le tengo miedo, Jack. ¿Quieres que te diga a qué?
Jack.— Ya sé. ¿A que no tenga suficiente valor para dejarlos?
Joyce.— No a los Gosport. Ellos no me preocupan. Al teatro.
Jack.— Los Gosport son el teatro. No hay teatro aparte de los Gosport.
Joyce.— No exageres.
Jack.— No estoy exagerado. Los Gosport son eter­nos. Son el teatro y todo lo malo y lo bueno que tiene. Son el verdadero teatro, porque son enteramente egoístas, enteramente exhibicionistas y enteramente locos, y porque no se comprometen jamás con el mun­do exterior.
Joyce.— Y entonces, ¿qué hay de esa idea que tienen ahora del teatro con fines sociales?
Jack.— ¡Teatro con fines sociales! ¡Sí! ¡Es una contradicción a voces! Buenos ciudadanos y buen tea­tro no marchan juntos. Nunca lo han hecho y nunca lo harán. En todas las épocas, desde Burbage en ade­lante, el teatro, el verdadero teatro, ha estado consti­tuido por ciegos, antisociales, presuntuosos y presu­midos Gosports. El asunto es que si tengo valor para dejar a los Gosport, tengo valor para dejar el teatro.
Joyce.— ¿Y lo tienes?
Jack.— Sí. Odio el teatro. Lo dejaré sin el más mínimo remordimiento. Y después, durante una se­mana entera, no estaré sobrio un momento para celebrarlo. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com