La princesa Casamassima (fragmento)Henry James
La princesa Casamassima (fragmento)

"Aquella noche, después de cenar, estuvieron en el salón, como la princesa le había prometido o más bien amenazado, en opinión de Hyacinth. La amenaza venía de su temor de que las señoras se pusieran elegantes y que él se encontrara más mísero que nunca en contraste con el escenario y los acompañantes, ya que lo más parecido a una chaqueta que tenía lo llevaba ya puesto, y le resultaba imposible cambiarlo por un traje de los que la gente civilizada (eso sí lo sabía aunque no pudiera emularlos) se ponía a eso de las ocho de la tarde. Cuando las señoras bajaron a cenar iban realmente de fiesta; pero él tuvo el consuelo de pensar que prefería estar vestido como estaba, aunque fuera de manera pobre e inadecuada, antes que ofrecer la facha de madame Grandoni, que resultaba más bien cómica vestida de tiros largos. Cada vez estaba más convencido de que si a la princesa no le importaba que fuera pobre, él tampoco debía preocuparse. El lugar que ocupaba no se lo había buscado, le habían colocado allí por fuerza; no significaba que quisiera abrirse paso. ¡Qué poco le importaba a la princesa! —en realidad cuánto se divertía teniéndole allí y jugándole una mala pasada a la sociedad, la sociedad convencional que había sondeado y que despreciaba— se había puesto de manifiesto al presentarle al grupo que encontraron esperándolos en el hall volver del paseo: cuatro señoras, la madre y tres hijas, que habían venido a verlos desde Broome, un sitio que distaba unas cinco millas. Por lo que pudo entender, Broome era también una gran casa, y lady Marchant, la madre, era esposa de un magnate del condado. Dijo que habían entrado ante los ruegos del mayordomo, que les había dicho que la vuelta de la princesa era inminente y les había servido el té sin que esperaran ese acontecimiento. La tarde se había puesto fría, el fuego estaba encendido en el hall, y todos sentados cerca de él, alrededor de la mesa de té, y bajo el gran techo que se alzaba hasta el tejado de la casa. Hyacinth conversó principalmente con una de las hijas, una chica muy mona, con la espalda erguida y los brazos largos, y que llevaba al cuello un boa de piel tan ajustado que, para mirar un poquito de lado, tenía que dar la vuelta a todo el cuerpo. Tenía una cara bonita pero inexpresiva, sobre la que se reflejaban las llamas sin conseguir animarla, una voz agradable y el dominio fortuito de unas cuantas palabras. Le preguntó a Hyacinth que con qué pandilla cazaba, y si se dedicaba al tenis, y se comió tres moffins. "


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