Pétalo carmesí, flor blanca (fragmento)Michel Faber
Pétalo carmesí, flor blanca (fragmento)

"Para infundir un vuelo adicional a la oración, se dirige a la nave donde están las velas votivas y enciende una. La bandeja de latón con cien agujeros tiene el aspecto debido; los pegotes de cera derretida alrededor de los agujeros no parecen siquiera haber sido raspados desde la última vez que ella visitó esta iglesia. Se sienta luego debajo del púlpito, cosa que nunca se atrevió a hacer de niña, porque la parte superior está esculpida en forma de un águila maciza, con la Biblia descansando sobre el lomo, las alas extendidas y la cabeza apuntando hacia el espectador. Sin miedo, o casi sin miedo, Agnes clava la mirada en los ojos mates del ave de madera.
Justo entonces empiezan a tañer las campanas, y tiene que mirar con mayor intensidad a los ojos del águila, pues es la señal que hace revivir a las criaturas mágicas. Din don, din don, tañen las campanas, pero el ave tallada no se mueve, y cuando los tañidos cesan, Agnes aparta la vista.
Le gustaría visitar al Cristo crucificado que hay detrás del púlpito, para comprobar que era, en efecto, el dedo anular de la mano izquierda el que estaba roto y había sido pegado con cola, pero sabe que se está haciendo tarde y tiene que volver a casa. William quizá se esté preguntando a dónde ha ido.
A medida que recorre la nave del fondo, vuelve a familiarizarse con la secuencia de imágenes, colgadas en las paredes, del viacrucis de Cristo hasta el Gólgota. Sólo que pasa por debajo de ellas en sentido inverso, desde la declaración hasta el juicio ante Pilatos. También estas imágenes angustiosas han permanecido inalteradas durante trece años y han conservado su amenaza barnizada. De niña le asustaban estas escenas de sufrimiento pintadas contra un cielo triste y tormentoso: cerraba los ojos para no ver la marca fulgurante de la vara de abedul sobre la espectral piel gris, los finos hilos de sangre oscura que manaban de la frente coronada de espinas y, especialmente, la escena en la que clavan la mano derecha de Jesucristo. En aquellos tiempos, bastaba con que mirase, por accidente, el mazo a mitad de camino en el aire, para que su propia mano se contrajese en un puño, espasmódicamente, y para que tuviese que protegerla envolviéndola en un pliegue de las faldas. "



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