Joyita (fragmento)Patrick Modiano
Joyita (fragmento)

"A mi derecha, los primeros árboles del bosque de Boulogne. Una tarde de noviembre se perdió en el bosque un perro y aquello iba a atormentarme hasta el final de mi vida, en los momentos en que menos me lo esperaba. Las noches de insomnio y los días de soledad. Pero también los días de verano. Debería haber explicado a la niña que esa pejiguera de los perros era muy peligrosa.
Antes, al entrar en el patio y verla en el banco, pensé en otro patio, otra escuela. Yo tenía la misma edad que la niña y también en aquel patio había internas más mayores. Ellas se encargaban de nosotras. Por las mañanas nos ayudaban a vestirnos y, de noche, a cumplir con nuestro aseo personal.
Nos remendaban la ropa. La mayor mía se llamaba Thérèse, como yo. Una morena de ojos azules que llevaba un tatuaje en el brazo. En mí recuerdo se parece un tanto a la farmacéutica. Las otras internas, y hasta las monjitas, le tenían miedo, pero siempre fue buena conmigo. Robaba chocolate negro de las reservas de la cocina y por la noche me daba en el dormitorio. Durante el día me llevaba a veces a un taller, cerca de la capilla, donde aprendían a planchar las mayores.
Un día vino a buscarme mi madre. Me hizo montar en un coche. Yo estaba en el asiento delantero, a su lado. Creo que me dijo que no volvería nunca más a ese internado. Había un perro en el asiento trasero. Y el coche estaba aparcado más o menos en el sitio donde poco antes me había pillado la camioneta. El internado no debía de quedar muy lejos de la estación de Lyon. Recuerdo que los domingos en que Jean Borí me esperaba a la puerta del internado íbamos a pie hasta su garaje. Y el día en que mi madre me llevó en coche con el perro pasamos por delante de la estación de Lyon. En aquella época las calles estaban desiertas en París y tuve la impresión de que éramos las únicas en coche.
Precisamente ese día fui con ella por vez primera al piso grande, cerca del bosque de Boulogne, y me enseñó mi habitación. Antes, las escasas ocasiones en que Jean Bori me llevaba a verla, cogíamos el metro hasta Étoile y ella vivía aún en el hotel. Su habitación era más pequeña que la mía de la rue Coustou. En la caja de metal me encontré un telegrama que iba dirigido a ella, a las señas del hotel y con su nombre de verdad: Suzanne Cardéres, hôtel San Remo, 8, rue d'Armaillé. Yo sentía un gran alivio cada vez que descubría la dirección de esos sitios de los que guardaba un vago recuerdo, pero que se manifestaban sin descanso en mis pesadillas. Si conociera su localización exacta y pudiera volver a ver su fachada, entonces estoy segura de que se volverían inofensivos.
Un perro. Un caniche negro. Desde el principio durmió en mi habitación. Mi madre no se ocupaba nunca de él y, en cualquier caso, cuando hoy lo pienso, habría sido incapaz de ocuparse de un perro, tan incapaz como de ocuparse de una niña. Seguramente se lo había regalado alguien. Para ella era un mero objeto decorativo del que debió de cansarse muy pronto. Aún me pregunto por qué casualidad fuimos a parar los dos, aquel perro y yo, al coche. Ahora que ella vivía en un piso grande y se llamaba la condesa Sonia O'Dauyé, es muy probable que le hicieran falta un perro y una niña pequeña.
Yo me paseaba con el perro cerca del edificio, por la avenida. Al fondo, la porte Maillot. Ya no recuerdo cómo se llamaba el perro. Mi madre no le puso nombre. Esto pasaba al principio de vivir con ella en el piso. Todavía no me había matriculado en el colegio Saint-André y yo no era todavía Joyita. "



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