El hombre de Kiev (fragmento)Bernard Malamud
El hombre de Kiev (fragmento)

"Las celdas de castigo eran departamentos rectangulares, con paredes de ladrillos y cemento, una de las cuales tenía un ventanuco enrejado a medio metro por encima de la cabeza del preso. La puerta era de hierro macizo, con una mirilla a la altura de los ojos y a través de la cual miraba el guardián cuando pasaba por allí. Y, aunque Yakov entendía lo que le gritaban desde el corredor, era imposible que los presos se comprendiesen cuando se hablaban a gritos por la mirilla. Las aberturas eran angostas, y las resonancias del pasillo confundían las palabras y las convertían en ruidos.
En una ocasión, un guardián de rostro moreno y ojos estúpidos entró en el departamento de las celdas, les oyó gritar y los maldijo a los dos. Ordenó al otro preso que se callase, si no quería que le machacase la cabeza, y le dijo a Yakov:
—No más ruido, o te capo de un tiro.
Cuando se hubo marchado, los dos hombres volvieron a golpear la pared. El celador venía dos veces al día y les traía un tazón de sopa insulsa y llena de insectos, y una rebanada de pan negro; también inspeccionaba las celdas cuando menos lo esperaban. Yakov dormía en el suelo o paseaba arriba y abajo en la angosta celda, o permanecía sentado de espalda a la pared y con las rodillas encogidas, perdido en sus desesperados pensamientos, cuando advertía de pronto que un ojo maligno le observaba y desaparecía después. Por el ruido de las puertas que se abrían todas las mañanas, al llevarles la comida el guardián y su ayudante, sabía el remendón que sólo había dos presos en aquel sector de la cárcel. El otro preso estaba a su izquierda, y los guardias recorrían cincuenta pasos a la derecha para llegar a otra puerta, la cual abrían con una llave, cerrándola con estrépito y echando el cerrojo por el otro lado. En ocasiones, a primeras horas de la mañana, cuando la enorme prisión dormía envuelta en la oscuridad y el silencio, a pesar de que cientos —y, probablemente, miles— de hombres soñaban, gemían, roncaban y se reían en sueños, el preso de la celda contigua se despertaba y empezaba a dar golpes en la pared intermedia. Lo hacía a intervalos, ora rápidos, ora lentos, como si tratara de enseñar una clave al remendón; pero, aunque Yakov contaba los golpes y trataba de traducirlos en letras del alfabeto ruso, las palabras que formaba no tenían el menor sentido, y el hombre se maldecía por su estupidez. Golpeaba la pared a su vez, pero, ¿Qué quería decir? Había veces en que ambos la golpeaban al mismo tiempo.
Jamás había conocido el remendón una desesperación mayor que la de hallarse encerrado en soledad. Se decía que su mente no podría aguantarlo mucho tiempo. Cuando los guardianes le entraron la sopa y el pan, en la mañana del duodécimo día de su confinamiento, les suplicó que intercedieran por él. Había aprendido la lección y observaría todos los reglamentos, si tenían la bondad de devolverlo a la celda común, donde, al menos, había otras caras y alguna actividad humana. "



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