El Leviatán (fragmento) "En dos samovares de cobre —también en ellos se reflejaba el sol poniente— hervía el agua sobre una de las mesas, en el centro del cuarto, y no menos de cincuenta vasos baratos de un cristal verduzco, con doble fondo, pasaban en torno de mano en mano, llenos de un humeante té pardo dorado y de aguardiente. Desde hacía tiempo, ya por la mañana, las campesinas habían negociado durante horas el precio de los collares de coral. Ahora las joyas les parecían a sus maridos todavía demasiado caras, y comenzaba de nuevo el regateo. Era una batalla encarnizada la que tenía que librar solo aquel hombre enjuto contra una fuerte mayoría de hombres avaros y desconfiados, robustos y a veces peligrosamente bebidos. Bajo el casquete negro de seda que solía llevar en casa Nissen Piczenik, el sudor le resbalaba por las mejillas poco pobladas y pecosas, hasta la roja perilla, y los pelillos de la barba se le quedaban pegoteados a la noche, después del combate, y tenía que peinárselos con su peinecito de hierro. Finalmente, vencía a todos sus clientes, a pesar de su necedad. Porque de todo el ancho mundo sólo conocía los corales y a los campesinos de su país natal… y sabía cómo ensartar y clasificar aquéllos y cómo convencer a éstos. A los absolutamente testarudos les regalaba lo que llamaba una «propina»…, es decir: después de que habían pagado el precio que él no había mencionado enseguida pero había deseado en secreto, les daba además un diminuto collarcito de coral, hecho de piedras baratas y destinado a los niños, para llevar en el bracito o al cuello y absolutamente eficaz contra el mal de ojo de vecinos envidiosos y brujas malintencionadas. Mientras tanto tenía que estar muy atento a las manos de sus clientes y evaluar sin cesar la altura y circunferencia de los montones de corales. " epdlp.com |