El juego favorito (fragmento)Leonard Cohen
El juego favorito (fragmento)

"Su trabajo consistía en sacar esos alambres. Se sentaba sobre un cajón no muy lejos de las largas mesas bajas de tambor en las que se colocaban los moldes para el llenado. A su lado había una pila de canillas calientes con las almas de los cables asomando por los extremos. Las cogía una a una con la mano izquierda, cubierta con un guante, y sacaba de un tirón el alambre torcido con unos alicates.
Sacaba varios miles de alambres por semana. Sólo paraba para contemplar cómo vertían el cobre. Resultó que el moldeador era negro. Era imposible saberlo por la mugre que se depositaba en las caras. Aquélla sí que era una auténtica historia de proletarios heroicos.
Saca tu alambre, Breavman.
La belleza del cobre no disminuyó nunca.
Ocupaba su puesto en el fuego y en el humo y en la arena. La fundición no tenía aire acondicionado, gracias a Dios. En las manos le salieron callos, que a las chicas obreras les resultaban ordinarios, pero que otras acariciaban como medallas.
Se sentaba en su puesto y miraba alrededor. Había encontrado el trabajo ideal. Las máquinas cortadoras y el rugido de los hornos componían la música adecuada para la expiación. El sudor y la mugre en las espaldas granujientas de un hombre era todo un cuadro para darle perspectiva a la carne. La atmósfera era hedionda: el aire aspirado tras un nostálgico suspiro llenaba la garganta de escoria de metal. La visión de viejos y jóvenes condenados a sus montones de arena añadía una nueva y excelente dimensión a su visión de corderos, bestias y niños. Las ventanas del techo dejaban pasar rayos sucios de sol que desaparecían al final entre la humareda general. Trabajaban en una oscuridad teñida de rojo por el fuego. Breavman se había integrado ya en el grabado del infierno que había entrevisto pocas semanas antes.
La empresa no estaba sindicada. Breavman pensó intentar la sindicación y contribuir a organizar a los obreros, pero no estaba allí para eso. Estaba allí por aburrimiento y penitencia. Le descubrió Walt Whitman a un inmigrante irlandés y lo animó a asistir a la escuela nocturna. Hasta allí llegó su labor social.
El aburrimiento lo mataba. El trabajo manual no liberó a su mente para que vagabundease a voluntad. Logró adormecer su mente, pero la anestesia no fue lo bastante potente como para librarlo de la consciencia. Todavía podía reconocer su cautiverio. De pronto se daba cuenta de que había estado tarareando la misma melodía durante una hora. Cada alambre representaba una pequeña crisis y cada extracción un pequeño triunfo. No fue capaz de pasar por alto este absurdo.
Cuanto más aburrido estaba, más inhumana era la belleza del cobre. Brillaba demasiado para poder mirarlo. Había que usar gafas. Estaba demasiado caliente para permanecer a su lado. Había que utilizar mandil. Muchas veces al día contemplaba cómo vertían el metal, y el calor llegaba hasta su puesto. El arco de líquido llegó a representar una intensidad que él nunca conseguiría. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com