Katia (fragmento)León Tolstoi
Katia (fragmento)

"Me acordé entonces involuntariamente de Sergio Mikailovitch, y pensé en él. No podía ser de otra manera, y no conté esta distracción como una ligereza. Ciertamente, no pensé de ningún modo en él tal como lo hiciera aquella noche en que, por primera vez, descubrí que le amaba; pensé en él como en mí misma, asociándole a pesar mío, a todas las preocupaciones de mi porvenir. La influencia dominante que su presencia ejerciera sobre mí, se desvanecía completamente en mi imaginación. Se sentía a la sazón igual a él, y desde la cúspide del edificio del ideal en que me aislaba, obtenía de él plena comprensión. Todo cuanto antes me pareciera extraño, se me hacía inteligible… Apreciaba por fin aquel pensamiento suyo de que la dicha verdadera consiste en vivir para los demás, y estaba completamente de acuerdo con él. Me parecía que los dos gozaríamos de una dicha tranquila e ilimitada.
Y no me imaginaba ni el viaje al extranjero, ni la sociedad, ni los esplendores, sino una existencia apacible, la vida de familia en el campo, la abnegación perpetua de la propia voluntad, el amor perpetuo del uno por el otro, y el reconocimiento perpetuo y absoluto de la dulce y misericordiosa Providencia.
Hice mis devociones y prácticas religiosas tal como me había propuesto, el día de mi cumpleaños. Cuando volví de la iglesia, aquel día, mi corazón rebosaba de tal modo felicidad, que experimenté toda clase de temores; temor de la vida, temor de todas las sensaciones, temor de cuanto podía perturbar aquella dicha. Mas apenas habíamos descendido del carruaje al pie de la escalinata, cuando oí resonar en el puentecillo el ruido tan familiar del cabriolé de Sergio Mikailovitch, y en seguida lo percibí. Entramos juntos en el salón, y me felicitó. Jamás desde que le conocía me había sentido tan tranquila cerca de él, ni tan independiente como aquella mañana. Sentía que llevaba en mí un mundo entero, todo nuevo, que él no comprendía y que le era superior. No experimenté a su lado la más ligera agitación. Tal vez comprendió, sin embargo, lo que pasaba por mi alma, pues me mostró una dulzura y una delicadeza particular y una especie de deferencia religiosa. "



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