Gaudí, la novela de una vida (fragmento)Mario Lacruz
Gaudí, la novela de una vida (fragmento)

"Y después de aquello fue como si la muerte se hubiera abatido sobre el mundo haciéndolo pedazos. De pronto, cuando luchaba junto a un equipo de médicos contra la epidemia de tifus que se había declarado, Francesc Gaudí, su hermano, cayó enfermo. Ocurrió todo tan rápidamente que ni siquiera hubo tiempo para alarmarse; Francesc murió a los pocos días; él, que tanto sabía de las plantas y de la naturaleza, que le había enseñado los nombres de las estrellas. Francesc, que lo protegía de los demás chicos en la escuela, cuando todavía estaba debilitado por sus recaídas; nadie sabe lo que significa perder a un hermano.
Tampoco existen palabras de consuelo para una madre sumida en su hondo dolor. Se sentaba con los ojos medio cerrados, llorando sosegadamente, musitando palabras incomprensibles; a veces, era casi incapaz de mantener la cabeza erguida. Estaba postrada, como en otro mundo. A pesar de que el padre se sentía también profundamente afligido, cuidó de ella con enorme cariño y dedicación, como si aquella entrega pudiera llegar a reconfortarla un poco. Vicenta, a su vez, se ocupó de ella con devoción, como queriéndola proteger; llegó a ponerse desagradable con Cándida, la muchacha que ahora se ocupaba de casi todo lo que antes hacía ella en La Calderera, pero Cándida pareció entenderlo y se mostró paciente con ella. En la conducta de Vicenta anidaba, asimismo, cierta cólera inexpresada hacia los hombres, esos seres que tenían la temeridad de morir. Antoni no dijo gran cosa y albergaba la triste convicción de que él habría debido morir en lugar de su hermano, como si eso hubiese podido mitigar la angustia de todos. Poco a poco tuvo que ir aceptando que eso de nada le habría servido a nadie. Siguiendo las órdenes de Vicenta, salió al patio, donde no tardó en llegar también su padre. Hablaron un poco; mientras, el negocio quedaba desatendido. En lo más profundo de la noche Gaudí oyó los lamentos de su madre, luego ya no hubo manera de pegar ojo.
Al día siguiente se celebró el funeral al que asistieron muchas personas; Gaudí, totalmente abatido, las identificaba a distancia. Paralizado por el dolor y el aturdimiento, dejó que transcurriera el día ejecutando una sucesión de gestos y movimientos ajenos que parecían ideados para complacer a los demás. Hacía años que no había asistido a misa. Le conmovió la ternura que mostró con su madre el mosén, al que, por lo general, consideraba un ser frío y sin sustancia (pensó en ello semanas más tarde cuando, por fin solo y tendido en el sofá, pudo llorar largamente). El brillo del sol y el empuje obstinado del Mistral le daban al cementerio un aspecto a la vez inmaculado y hostil.
A la tarde siguiente, se fue. Poco tiempo después, llegó un telegrama de Reus anunciando la muerte de su madre. Presa de la angustia —aunque, tristemente, la noticia no le sorprendió demasiado—, deambuló toda la noche por las frías calles de Barcelona. El despuntar del alba lo alcanzó en el espigón, adonde acudía algunos domingos monótonos a ver pasar los barcos mientras daba libre curso a sus ensoñaciones. Sin embargo, ahora no se veía nada en lontananza y el agua parecía plomiza y opaca bajo los primeros rayos del sol. Apenas se daba cuenta de nada, pero dos ideas terribles empezaban a hacer mella en él: la primera era que aquellos dos seres lo habían realmente querido, pero que él no había sabido valorarlo. Sentía que casi los había desatendido con su actitud insensible. Y la segunda idea que lo torturaba era que se habían ido para siempre. "



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