Dzhan (fragmento)Andrei Platonov
Dzhan (fragmento)

"Se fue a su cueva. Chagatayev envolvió a Aidim en hierbas y en una estera y la llevó rápidamente a casa de su madre y Mola Cherkézov, para que le dieran de beber de vez en cuando y la taparan del frío nocturno. Él mismo se dirigió a Chimgai, que estaba a cien o ciento cincuenta kilómetros. Todo el resto del día, la noche y otro día entero anduvo por cauces secos, canales, juncos y bosques de diversas plantas; se le rasgaba la ropa y parecía un mendigo, se perdía y sufría de impaciencia, se le oscurecía la mente, hasta que por fin se tumbó boca abajo sobre el musgo blando. Luego se despertó y vio que cerca se levantaban unas grandes ruinas. Se acercó a los muros de arcilla desmoronados. El alto sol juntaba el calor debajo de los viejos muros; el sueño y el olvido, el desvanecimiento de un aire irrespirable emanaban de las paredes, bajo las cuales envejecía la arcilla seca. Chagatayev penetró en el fuerte a través de un hueco, hecho por las aguas de una crecida. Allí dentro el aire era todavía más denso porque no corría el viento; el calor del cielo se concentraba en un nido, cubierto de enormes hierbas con gruesos y grasientos troncos, porque no había nadie quien las comiera. Chagatayev miraba con odio aquellas plantas grasientas, buscando debajo alguna hierbecita menuda y comestible. Encontró unos pequeños huesos rotos; los habían machacado para que el caldo fuera más fuerte, o, si eran de un hombre, los habían partido varias veces con un sable. Más lejos vio varios huesos y medio esqueleto humano con el cráneo; el hombre había muerto boca abajo, las costillas se habían separado hacia los lados como para una respiración póstuma, una costilla se había clavado con el extremo en un aplastado yelmo del Ejército Rojo, reblandecido ya y cubierto de hierba pálida. Chagatayev lo separó de la costilla; en el yelmo se conservaba la sombra de la estrella de cinco puntas, y dentro de él, en una cinta de tela que pasaba por la frente, se veía una inscripción hecha con lápiz tinta: Oraz Golomanov, el nombre del soldado muerto. Chagatayev limpió el yelmo, se lo puso y colocó su gorra en el cráneo de Golomanov. En la pared de arcilla, en el interior del fuerte, había unas palabras, recortadas seguramente por la bayoneta de Golomanov u otro soldado: «¡Viva el soldado de la revolución!», y la bayoneta había cortado la arcilla muy profundamente, para que el tiempo, el viento y la lluvia no pudieran igualar ni lavar la huella de esta esperanza de los muertos y vivos. Quizá en el año treinta o treinta y uno pasara por allí un destacamento del Ejército Rojo que luchó con los basmach, los soldados de los feudales de Jiva y Turkmenia, y Golomanov se quedó allí con sus camaradas y se descompuso tranquilamente, como si estuviera seguro de que los otros terminarían de vivir su vida interrumpida tan bien como él mismo. Chagatayev cubrió el esqueleto de Golomanov con hierba y tierra para que las águilas y los animales solitarios no dispersaran los huesos, y se fue hacia Chimgai.
En Chimgai compró una caja con un botiquín para koljós, y a través del Comité de la región consiguió varios sobres de quina, aunque sabía que estos remedios poco podían ayudar a su pueblo, que más que nada necesitaba una vida diferente, inexistente todavía, que se pudiera soportar sin morirse. Por si acaso fue a la oficina de correos a preguntar si no tenía cartas de Moscú: a lo mejor habría alguna. Dentro del local de correos colgaban carteles que representaban lejanas comunicaciones por avión, en mesas inclinadas bajo cristal había ejemplos de correctas direcciones de cartas a Moscú, Leningrado y Tiflis, como si todos los hombres del pueblo escribieran cartas sólo a esos lugares y añoraran solamente aquellas hermosas ciudades. "



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