La zorra y las uvas (fragmento)Guilherme Figueiredo
La zorra y las uvas (fragmento)

"Xantos. ¿No te propones huir con mi dinero?
Esopo (con la mano tendida para recibir todas las monedas).- Dámelo todo. (A regañadientes, Xantos le entrega a Esopo todas las monedas.)
Xantos. ¿Estás seguro de que no puede hacerse más barato?
Esopo. ¿Tienes aún más dinero encima? (Con un gesto reacio, Xantos le entrega a Esopo una tercera bolsa.)
Esopo. Pronto tendrás a tu mujer de vuelta. (Esopo, sale. Xantos, receloso, va de un lugar a otro. Su desconfianza crece. Se acerca a la puerta del fondo, mira, vuelve. A cada instante es mayor su congoja. Bate palmas. Entra Melita.)
Melita. ¿Me has llamado, Xantos?
Xantos. Melita... Le he dado dinero a Esopo para que haga volver a Cleia. ¿No crees que se escapará con mi dinero? Melita... ¿No sería mejor avisar a los guardias de que mi esclavo me ha engañado y ha huido? ¡Dónde tenía yo la cabeza para no haber pensado en eso...!
Melita. ¿Le has dado dinero a Esopo?
Xantos. Se lo he dado... Y ahora veo que he hecho mal. ¿Crees que va a volver?
Melita. No lo sé.
Xantos (con súbito arrebato, afligidísimo, entre sollozos). ¡Ah, he perdido a mi mujer, mi dinero y mi esclavo! ¡He sido engañado! ¡Me han engañado! ¡Ah, Melita...! ¿Qué puedo hacer? ¡Ah, ah, ah...!
Melita. ¿Y si Esopo no volviese, Xantos?
Xantos. Llamaré a los guardias, lo buscarán por todas partes. Y cuando lo encuentre, lo haré torturar como no fue torturado nunca ningún esclavo. (Sollozando-) ¡Ah, ah, ah...!
Melita (insinuante). — ¿Te gusta todavía tu mujer?
Xantos. ¡No se trata sólo de mi mujer! Ahora es mi mujer, mi dinero y mi esclavo.
Melita. Olvida un poco tu cólera. Mírame a mí. Contéstame: ¿te gusta tu mujer?
Xantos. ¡Claro que me gusta! Si no me gustara, no estaría así... (Sollozando.) ¡Mi dinero!... ¡Ah, ah, ah!
Melita. Nunca pusiste tu atención en mí, Xantos. Pero soy yo quien le peina a Cleia los cabellos de ese modo que a ti tanto te gusta... Soy quien elige sus túnicas y le ciñe los pliegues al cuerpo, para que esté más hermosa.
Xantos. ¿Qué me quieres decir?
Melita. Soy yo quien le enseña los secretos del amor. Cleia no sabía que una mujer ha de ser acariciada suavemente, como las cuerdas del arpa. Son misterios que se aprenden en los versos de Safo y en los jardines de Corinto.
Xantos. Por eso me gusta ella. Aprendió muy bien... Y ahora... (Sollozando.) ¡Ah, ah, ah!
Melita. Si la perdieses, no lo lamentes. Yo conozco el amor mejor que ella... Y tú ni siquiera me miras.
Xantos. ¿Qué estás diciendo?
Melita. A veces, cuando te sirvo el vino por encima de tu hombro, pienso que mi perfume te va a hacer volver la cabeza, que tus ojos van a adivinar el temblor de mis senos, que casi rozan tu nuca. Pero tú no te das cuenta.
Xantos. ¿Me quieres, Melita? ¡Pobre Melita!
Melita. Nunca digas pobre a una mujer. De todos los sentimientos, la piedad es el que más nos hiere.
Xantos. Entonces, ¿me quieres? Estabas aquí, y yo no me fijaba.
Melita. La caricia que prefieres... la de pasar los dedos por tu cabeza, enredarlos en sus cabellos y deslizarlos por tus hombros, fui yo quien se la enseñó. "



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