La guerra de las mujeres (fragmento)Alexandre Dumas
La guerra de las mujeres (fragmento)

"Canolles se durmió tarde, dado caso que pueda llamarse sueño al delirio febril que sucedió a su velada; y no obstante, apenas alumbraba el día la cima de los álamos, aún no había descendido hasta la superficie de las claras aguas en que duermen las ninfas de largas hojas, cuyas flores sólo se abren al sol, cuando ya Canolles abandonara el lecho, y vistiéndose deprisa había bajado al jardín. Su primera visita fue hacia el ala que habitaba la princesa, su primera mirada a la ventana de su habitación, ya sea que la prisionera aún no se hubiese dormido, o que se hubiese despertado ya, una luz demasiado fuerte para ser la de una lámpara de noche, enrojecía las cortinas de damasco, herméticamente corridas. Canolles se detuvo a su vista, que sin duda hizo entrar en aquel momento en su corazón gran número de insensatas conjeturas; y sin llevar más adelante su paseo, aprovechándose del zócalo de una estatua, que le ocultaba convenientemente, entabló a solas con su quimera ese diálogo eterno de los pechos enamorados, que encuentran el objeto amado en todas las poéticas emanaciones de la naturaleza.
Hacía cosa de media hora en que el barón se hallaba todavía en su observatorio, mirando con indecible dicha aquellas cortinas ante las cuales cualquiera otro habría pasado con indiferencia, cuando vio abrir una ventana de la galería, apareciendo en su fondo casi entera la honesta figura de Maese Pompeyo. Todo cuanto tenía relación con la señora de Cambes, inspiraba al barón un poderoso interés; así es que retirando la vista de las magnéticas cortinas, creyó observar que Pompeyo trataba de establecer con él una correspondencia por señas. Al principio dudó Canolles que estas señas le fuesen dirigidas, y miró a su alrededor; pero Pompeyo, que notó la duda en que se encontraba el barón, acompañó a sus señas un siseo apelativo, que habría parecido muy poco en el orden de parte de un escudero al embajador de Su Majestad el rey de Francia, si este siseo no hubiese tenido por excusa una especie de punto blanco casi imperceptible a otros ojos que los de un enamorado, que inmediatamente reconoció en este punto blanco un papel doblado. "



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