Jesucristo en Flandes (fragmento)Honoré de Balzac
Jesucristo en Flandes (fragmento)

"El sol alumbró hogueras en las vidrieras, cuyos polícromos colores destellaron. Las columnas se agitaron, conmoviéndose suavemente sus capiteles. Un acariciador estremecimiento dislocó el edificio, cuyos frisos se removieron con graciosas precauciones. Diversos gruesos pilares experimentaron graves cadencias semejantes a las de la danza de una viuda noble, que al final de un baile, completa las cuadrillas por complacencia. Algunas columnas rectas y delgadas, se pusieron a reír y saltar, ataviadas de sus coronas de tréboles. Agudas cimbras chocaron con las elevadas ventanas largas y gráciles, semejantes a esas damas medievales que portaban los escudos de sus casas pintados sobre sus vestiduras de oro. La danza de aquellas arcadas mitradas, con sus elegantes ventanas, semejaba a las luchas de un torneo. Luego, cada piedra vibró en la iglesia, más sin cambiar de sitio. Habló el órgano, haciéndome escuchar una divina armonía a la cual se mezclaron voces de ángeles, música inaudita, acompañada por el tañido de las campanas, anunciador de que las dos colosales torres se balanceaban en sus cuadradas bases. Aquel extraño aquelarre me pareció la cosa más natural del mundo, no asombrándome después de haber visto a Carlos X por tierra. Yo mismo estaba suavemente agitado como sobre una mecedora que me comunicara una especie de placer nervioso, y me fuese imposible dar una idea de él. Sin embargo, en medio de aquella fogosa bacanal, el corazón de la catedral me pareció frío como si el invierno reinase en él. Vi una multitud de mujeres vestidas de blanco, pero inmóviles y silenciosas. Algunos incensarios expandieron un dulce aroma que penetró en mi alma, regocijándola. Los cirios resplandecieron. El facistol, tan alegre como un chantre alegrillo por el vino, saltó como un sombrero de copa a resorte. Me pareció que la catedral giraba sobre sí misma con tanta rapidez, que me daba la sensación de que cada objeto permanecía en su sitio. El Cristo de colosal tamaño, fijo sobre el altar, me sonreía con maliciosa benevolencia que me tornó temeroso, y dejé de contemplarle para admirar en la lejanía un vaho azulenco que se filtró a través de los pilares, imprimiéndoles una gracia indescriptible. En fin, diversas encantadoras figuras de mujer se agitaron en los frisos. "


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