Las bailarinas muertas (fragmento)Antonio Soler
Las bailarinas muertas (fragmento)

"Eso es lo que me ocurrió o lo que, pasado el tiempo, pensé que me ocurrió aquella tarde en casa de Tatín. Aunque lo cierto es que aquel gusano de seda siguió su trabajo con tal rapidez que cuando al llegar a mi casa intenté pensar en esa visión que no sabía si estaba dentro o fuera de mí, ya la trama de hilos se había hecho tan espesa que resultaba imposible saber qué estaban larvando los tiempos venideros, que de momento, y a modo de novedad, nos trajeron aquella inesperada relación de Tatín con los médicos. Una relación que en muy poco tiempo se hizo rutinaria y que nos habituó a todos a interrumpir los partidos y a cambiar rápidamente de portero cuando en mitad del juego aparecía la pequeña furgoneta de la tía de Tatín, la única que en medio de aquella marabunta podía reconocerse, por el cigarro que llevaba en la boca y por el modo de guiar la furgoneta, con un codo siempre asomado a la ventanilla, y nuestro amigo se iba andando hacia ella muy rápido, medio dejándose atrás las piernas y los hierros, como si fuese a parar un balón bombeado que el destino le hubiera lanzado.
Por todos lados y a todas horas veíamos la furgoneta de la tía de nuestro portero llevando de copiloto a cualquiera de las otras tías intercambiables de Tatín y al propio Tatín viajando en la parte trasera, entre herramientas y ruedas de repuesto. Por calle Mármoles, en la puerta de Serrano, subiendo por Eugenio Gross, delante del quiosco de Fortes o al volver del colegio por calle Cataluña, por todas partes nos cruzábamos con aquel vehículo itinerante que a modo de estela nos dejaba el reflejo de Tatín y su melena rubia, sus manos enmudecidas diciéndonos adiós a través de los cristales traseros. Tatín sólo nos revelaba a medias la finalidad de aquel trasiego, hablaba de análisis y de enfermeras, pero nunca aclaraba por qué había iniciado aquella peregrinación en la que le sacaban sangre, le hacían mediciones de huesos, le hurgaban en los ojos y hasta le escarbaban detrás de las orejas y en la coronilla como si su cuerpo fuese Venezuela o el Mar Negro y los médicos buscadores de petróleo. Pero a pesar de que nadie le hacía preguntas ni él aventuraba pronósticos, por su actitud todos sobrentendimos que se estaba fraguando la posibilidad de curarlo o por lo menos de mejorar su estado. "



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