El tesoro de Gastón (fragmento) "La aventura preocupó a Gastón, que se entregó a mil conjeturas impertinentes acerca de la desconocida excursionista. La curiosidad le inducía a dirigirse aquella misma tarde a la quinta para «presentar sus respetos» -como se dice en la hipócrita jerga del mundo- a la que había visto en la torre. No se atrevió, sin embargo, porque si la mamá de Miguelito era una señora cabal, de hecho tomaría por donde quemase tan inconveniente apresuramiento, y la acogida sería correspondiente a él. Resolvió, pues, no bajar a la quinta de Antonia Rojas hasta haberse enterado minuciosamente de la fama, hechos y calidad de aquella mujer, único medio que ha encontrado la sociedad para prevenir errores e inconveniencias. Por este sentir mundano de Gastón, comprenderá el lector que ya se había aquietado el bullir de aquel gusanillo que empezó a roerle el espíritu en los funerales de la Comendadora… Deparó la suerte a Gastón los informes que deseaba más pronto de lo que pudo imaginar. Vino Telma de la Puebla, a donde había bajado por mil fruslerías indispensables en toda casa, y trajo un convite de Lourido, en regla, para el señorito: le aguardaban a comer al día siguiente sin falta. Como si se tratase de alguna invitación diplomática, Gastón envió temprano un billete aceptando y saludando a la señora y señoritas de Lourido. Para asistir al convite se acicaló Gastón… No obstante, al bajarse de un mal rocín en la plaza; al ver la antipática morada de Lourido, con su reluciente lápida de seguros mutuos, sólo se acordó de lo positivo; de que allí dentro habitaba un hombre con quien tenía pendientes asuntos de interés, y que acaso este hombre se había enriquecido desentrañando lo que don Martín de Landrey pensó dejar tan oculto. Subió, pues, las escaleras haciendo coraje y cachaza. " epdlp.com |