El Stradivarius perdido (fragmento)John Meade Falkner
El Stradivarius perdido (fragmento)

"El sonido brotaba de él con un volumen de tal profundidad y pureza que le daba la impresión de que los pasajes eran en acorde, o que incluso había otro violín tocando al mismo tiempo. Por supuesto, no había tenido ocasión de practicar durante su enfermedad, de manera que esperaba encontrar su habilidad con el arco algo disminuida; pero percibió, por el contrario, que su interpretación había mejorado mucho, y que estaba tocando con una maestría y un sentimiento de los que nunca había tenido conciencia. Aunque atribuía esta mejoría en gran medida a las bondades del instrumento con el cual tocaba, no podía dejar de creer que debido a su enfermedad, o por alguna otra razón inexplicada, había adquirido en realidad una mayor libertad en la muñeca y una fluidez en la expresión, con la cual se sentía no poco regocijado. Hizo poner un cerrojo en la alacena en la que había encontrado el violín, y allí lo depositaba cuidadosamente cada vez que terminaba de tocar, antes de abrir la puerta exterior de su habitación.
Así pasó el trimestre de verano. Los exámenes habían llegado a su debido tiempo, y ahora ya habían concluido. Los dos jóvenes se habían sometido a la prueba, y aunque por supuesto ninguno de los dos lo habría admitido ante nadie, ambos sentían en su interior que no tenían razones para sentirse insatisfechos con su actuación. Los resultados no se harían públicos hasta varias semanas más tarde. Había llegado la última noche del trimestre, la última noche también de la carrera de John en Oxford. Eran cerca de las nueve en punto, pero todavía había bastante luz, y el intenso resplandor naranja del ocaso todavía no había abandonado el cielo. El aire era cálido y sofocante, como en aquella noche funesta de un año antes en que había visto por vez primera la estampa o la ilusión de la estampa de Adrian Temple. Desde aquella vez había tocado la «Areopagita» muchas, muchas veces; pero nunca se había producido una reaparición de aquella figura, ni siquiera se había oído el antaño familiar crujido de la silla de mimbre. Mientras estaba sentado en su habitación, pensando con la lógica melancolía que había visto ponerse el sol por última vez en su vida estudiantil, y reflexionando sobre las posibilidades del futuro y tal vez sobre las oportunidades desperdiciadas en el pasado, el recuerdo de aquella noche del junio anterior volvió con fuerza a su imaginación, y sintió el impulso irresistible de tocar una vez más la «Areopagita». Abrió la ahora familiar alacena y sacó el violín, y nunca le habían parecido más hermosas las exquisitas graduaciones del color de su barniz que bajo la suave luz del día moribundo. Cuando empezó la Gagliarda miró hacia la silla de mimbre, casi esperando ver la figura que bien sabía se sentaba en ella; pero nada de eso ocurrió, y terminó la «Areopagita» sin que sucediera ningún fenómeno extraordinario. "



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