El mundo inexistente (fragmento)Thomas Burnett Swann
El mundo inexistente (fragmento)

"Pero las arañas también eran pequeñas; las serpientes, los cuchillos, las balas, las ampollas con veneno...
No podía averiguar las intenciones de los enanos. Tenían estatura de muchachos pequeños, no eran niños; sus ojos eran anchos, de un color amarillo sucio y viejos, de una tonalidad bastante parecida a esa gema semipreciosa, el ágata. El resto de sus cuerpos, excepto las manos y los pies que se proyectaban como pálidos sarmientos que sobresalieran en una parra, estaba envuelto en sucias capuchas verdes o paenulae, que se ensanchaban sobre los hombros y caían casi hasta el suelo en dobladillos torpemente cosidos. Había algo en ellos que hacía recordar a los peores hijos de los barrios bajos de Londres, aquellos cuerpecillos deformes con rostros enjutos y manos escuálidas; ladrones cuando tienen nueve años de edad; chulos, prostitutas, contrabandistas e incluso asesinos antes de llegar a ser hombres y mujeres. Lo patético de los niños de los barrios bajos radica en el hecho de que se siente que se les podía haber salvado; que algo infantil, vulnerable y virginal subyace bajo las risas frías y los ojos calculadores. Amor, guía e incluso de algo que comer: de estas cosas han carecido y la carencia los ha endurecido. Sucedía lo mismo con los enanos.
Reconoció ella a los Genii cucullati, a quienes las legiones romanas, incapaces de conquistarlos, habían denominado «Los encapuchados».
Habían formado un círculo bajo la cesta y gesticulaban en dirección al globo que parecía fascinarlos como si fuera una pompa misteriosa y elefantiaca. Los tres tripulantes del globo también les llamaban la atención, particularmente Adeline. Uno de los genios extendió el brazo para palpar su gordura aunque resultaba poco claro, al igual que las intenciones del grupo, si lo hacía para herir o sólo como señal de admiración. "



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