La casa de la Santísima (fragmento)Rafael Solana
La casa de la Santísima (fragmento)

"El lector había cerrado ya su periódico, después de echar un vistazo a las noticias; siguió subiendo gente en cada parada y ahora el vehículo estaba lleno. La noche se anunciaba fresca y algunas personas traían abrigo, o gabardina, o al menos bufanda; los fumadores habían ya hecho el aire difícilmente respirable, y no faltó quien levantase el vidrio de una ventanilla, con lo que una bocanada de frescura renovó el ambiente; ahora el tranvía se deslizaba entre tiendas muy iluminadas, especialmente dedicadas a la venta de trajes o de zapatos; la teoría de escaparates se rompió por ambos lados de la calle para dar lugar al paso del sombrío edificio chato que fue de la Inquisición, y ahora era de la Facultad de Medicina, y de la iglesia y la plazoleta de Santo Domingo; luego vinieron más cajones de ropa y nuevas zapaterías; las aceras estaban atestadas de gente.
Con nuevos lamentos, tomando una curva forzada, el tranvía entró al fin en la plaza mayor de la ciudad: hubo revuelo entre los viajeros, que se dispusieron a apearse; allí cambiarían de tren muchos de ellos, para seguir hacia otros lugares de la capital, a las colonias distantes, y otros completarían a pie su camino, que ya sería corto; cuando el pesado mamotreto ancló finalmente frente a la Catedral también nuestro hombre descendió de él; pasó frente a la barroca pesadilla del Sagrario, cruzó la calle de Seminario, cerca de la fuente de fray Bartolomé de las Casas, y se aventuró por la oscuridad de la calle de la Moneda, a un costado del chaparro y espeso Palacio Nacional.
La noche había cerrado; el alumbrado municipal en esa zona de la ciudad era muy pobre; nuestro hombre cambió los lentes que había usado para leer por otros de cristales oscuros, y se sumió hasta las cejas el sombrero negro y de alas anchas; caminaba cerca de la pared, como un conspirador, y se escabulló rápidamente cuando una mujer de edad se detuvo frente a él como dispuesta a reconocerle y a saludarle.
De una alta ventana abierta bajaba a la calle el sonido algo destemplado de unos instrumentos musicales, en los que algunos estudiantes de música se ejercitaban; habría sido posible reconocer, con cierto esfuerzo, unos compases de Tannhäuser; pero pronto también aquello quedó atrás. Los camiones casi se echaban sobre la banqueta al afinar su puntería hacia un estrechamiento de la calle, a partir de la de la Academia, donde serenamente velaba una reproducción del San Jorge de Donatello. "



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