Los piratas de Cartagena (fragmento)Soledad Acosta
Los piratas de Cartagena (fragmento)

"Se alegró el perezoso don Diego de los Ríos de no tener que escribir carta, y tomando una pluma firmó el papel que había llevado el negro, se lo devolvió a éste, y pidió su desayuno, mientras que el esclavo regresaba a toda prisa a buscar la barca que le había llevado de Tierra Bomba; se embarcó en ella y puso manos a los remos. Nadie notó desde la playa que, yendo ya cerca del otro lado de la bahía, se detuvo para volver menudos pedazos la carta de don Sancho Jimeno, junto con la firma del gobernador, cosa que, si la viera éste, le habría sorprendido mucho.
Iba aún el negro por mitad del camino, cuando se empezaron a oír cañonazos, uno tras otro; unos del fuerte de San Fernando, contra más de doce bajeles enemigos que se habían acercado a Boca Chica; otros, de estos navíos que atacaban con brío la fortaleza. Momentos después se arrimaban (sin preocuparse del fuego que les hacían de los muros y almenas del castillo, con lo cual mataban a los que sacaban el cuerpo fuera de la cubierta) tres pontones llenos de filibusteros armados con bombas y morteros para dispararlas. Los piratas se arrojaban a las playas con grandísimo riesgo, muriendo unos en la empresa; pero la mayor parte llegaron hasta un punto en que las murallas mismas de la fortaleza les servían de parapeto.
La situación de don Sancho Jimeno era angustiosísima. ¿Cómo defenderse de aquel ejército de hombres que no temían a Dios ni al diablo, a quienes poco importaba morir, ni que murieran los demás, con sesenta negros bozales y treinta y cuatro soldados veteranos por junto, pues el que había enviado a Cartagena no regresaba? Pero el peligro en que se hallaba enardeció el valor sereno de aquel hombre, que recorría, sin perder su calma, las murallas, animando con su presencia a los artilleros y hasta chanceándose con los que notaba asustados.
Tres horas después de medio día, ya todos los veintidós bajeles del enemigo (contándose entre éstos diez navíos de guerra de ochenta y noventa cañones) estaban frente a Boca Chica, los cuales se desplegaron en semicírculo para atacar la fortaleza.
Una hora antes de oscurecer, los sitiados vieron que de algunos de los buques arrojaban botes con gente que debería desembarcar en la punta llamada de El Horno, la cual, resguardada por la formación del terreno, no podía ser defendida por el castillo. Sancho Jimeno, despreciando el peligro, y a riesgo de ser despedazado por las balas enemigas, subió al sitio más alto de la fortaleza, con el objeto de mirar hacia Cartagena, por ver si le enviaban los socorros que había pedido. "



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