Jicoténcal (fragmento)José María Heredia
Jicoténcal (fragmento)

"Hernán Cortés se retira sin contestar una palabra y, abandonado enteramente a sus celos, a su cólera y a su despecho, revuelve en su imaginación uno después de otro los varios proyectos que le sugería su rabiosa sed de venganza. Mas la política comienza a hacerle sentir el desacierto y los peligros de todos sus planes.
Ordaz podía ser juzgado en un consejo de guerra, pero era imposible impedirle que se defendiese, y su defensa sería escandalosa, cuando no llegase a ser funesta para la autoridad del jefe. Jicoténcal estaba en su poder, pero ¿cómo tomaría el senado este atropellamiento? Su nombre era respetado y querido del pueblo, y el de su padre era venerado casi hasta la adoración.
Por otra parte Magiscatzin, que temía a sus enemigos más que amaba a Hernán Cortés, le había ponderado siempre el influjo y partido de los Jicoténcal para animarlo y empeñarlo más y más a su destrucción. Por último, las pasiones más violentas de un hombre orgulloso y osado cedieron a su ambición insaciable y el placer de la venganza fue sacrificado a la lisonjera perspectiva que presentaban sus planes de conquista.
La política y el disimulo recobraron su acostumbrado dominio, y el jefe mandó llamar inmediatamente al anciano y ciego Jicoténcal. Ínterin venía, dijo a doña Marina que era indispensable pasase a la prisión de Diego de Ordaz; que tratase por todos los medios imaginables de templar su altivez y de decidirlo a que solicitara una composición y olvido de lo pasado; que el mejor medio para esto era el de hacer mediador a fray Bartolomé de Olmedo, a cuyas solicitaciones cedería él en consideración a su carácter de sacerdote; pero que de ninguna manera llegase Ordaz a sospechar que él tenía la menor noticia de estos pasos, pues de lo contrario se seguiría el asunto con el mayor rigor, aunque se aventurase todo. "



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