Noventa y tres (fragmento)Victor Hugo
Noventa y tres (fragmento)

"En un instante, toda la tripulación estuvo en pie. La culpa la tenía el cabo de cañón, que había olvidado apretar la tuerca de la cadena de amarre y no había trabado bien las cuatro ruedas de la carronada; de modo que la base y el chasis tenían juego, los dos soportes estaban desnivelados, y al final la braga se había dislocado. Se había roto el cabo, de modo que el cañón no quedaba fijo en su afuste, pues en aquellos tiempos aún no se conocía la braga firme que impide el retroceso de las piezas. Una ola fuerte había golpeado la porta, la carronada mal amarrada había retrocedido y roto su cadena, y había empezado su formidable carrera errante por la entrecubierta.
Imagínese, para tener una idea de este incomprensible deslizamiento, una gota de agua que corre por un cristal.
Cuando se rompió la amarra, los artilleros estaban en la batería, unos agrupados, otros aquí y allá, ejecutando diversos trabajos que realizan los hombres de mar en previsión de un zafarrancho de combate. La carronada, propulsada por el cabeceo, abrió una brecha en aquel grupo de hombres y aplastó a cuatro en el primer golpe, luego el balanceo la recuperó y la volvió a lanzar; cortó por la mitad a un quinto desgraciado y fue a chocar en la borda de babor con una pieza de la batería, que desmontó. De ahí el horrible grito que se acababa de escuchar. Todos los hombres se precipitaron hacia la escalera. En un abrir y cerrar de ojos, la batería se vació.
La enorme pieza se había quedado sola, abandonada a sí misma. Era su dueña, y la dueña del interior del buque. Podía hacer lo que quisiera con él. La tripulación, que solía reír en las batallas, estaba temblando. No se puede explicar su espanto. "



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