Mané, Thécel, Pharès (fragmento), de Le Cuirassier blancPaul Margueritte
Mané, Thécel, Pharès (fragmento), de Le Cuirassier blanc

"Pequeña y delicada, esa mano debió pertenecer a una mujer o a un adolescente... Y d'Yons comenzó a sufrir la pesadilla del crimen: la sangre corría ante su vista; la víctima agonizaba mientras el hombre de grandes manos, de manos de carnicero, el bruto anónimo, el asesino cruel, cortaba en pedazos su cuerpo, aún tibio, con el cuchillo ensangrentado!...
Tembloroso, hizo un gran esfuerzo por apartar esa idea y llamó en su auxilio la serenidad y la calma, queriendo llevar a cabo el análisis con la lucidez y la paciencia del magistrado. Esa mano era demasiado fina para no ser una mano de mujer; además estaba muy bien cuidada y sólo algunas manchas accidentales de hollín y un poco de ceniza que cubría el extremo de los dedos, empanaba su mate blancura. D'Yons volvió los ojos hacia la chimenea en donde el fuego se había consumido mucho tiempo antes de su llegada. No cabía duda de que había caído por allí, echada desde el techo por algún asesino ingenioso que quiso desembarazarse fácilmente de los pedazos de su víctima... Debió rebotar seguramente entre los carbones apagados y saltar hasta la alfombra.
Y parecía llena de carne, fresca, joven aun de vida... Era la mano izquierda. ¿En dónde estaba la otra, la diestra? Tal vez sería encontrada, al día siguiente, en el jardín... ¿Si hubiese rodado allí mismo, bajo algún mueble? ¡No, era necesario abandonar esa idea!... En el anular una sortija estrecha, arrancada por el matador, había dejado, como marca, una hendidura blanca y pequeña en la base del dedo. Un rasguño hería la palma... Las uñas estaban cortadas en forma de almendras.
Esa pobre mano tenía un aspecto provocador; parecía invitar a las presiones y a las caricias como si aun estuviese viva. Examinándola atentamente se notaba con facilidad que había pertenecido a una mujer galante, pues estaba suavizada por las pastas blancas y las leches virginales. René se atrevió a tocarla delicadamente, encontrándola suave como la seda, pero fría, fría como el mármol. La levantó, y su peso, relativamente enorme, le sorprendió. Quiso extenderla por completo y los dedos se contrajeron. Lo que él estaba haciendo era sacrílego, en verdad, pero le habría sido imposible contenerse: su curiosidad perversa era más grande que su voluntad. Al fin se levantó, dirigiendo al espejo en que se reflejaba su rostro, una mirada de perplejidad y de espanto. "



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