Increíble Kamo! (fragmento)Daniel Pennac
Increíble Kamo! (fragmento)

"Le interrumpió un ataque de tos. Una tos mala y ca­vernosa, de fumador. Por prudencia esperé a que ba­jara tosiendo y carraspeando hasta la planta baja.
Unos segundos más tarde, penetré en los locales de la agencia Babel. Penumbra. Olor a tabaco. Nadie.
El corazón en la garganta.
No sé qué era exactamente lo que esperaba con la mano en el interruptor, pero en cualquier caso lo que la luz me reveló fue otra cosa. Nada de escritorios, ni archivadores metálicos, ni máquinas de escribir, ni or­denadores, ni siquiera un teléfono, nada de lo que uno espera encontrar tras la palabra «agencia».
Una sola mesa, una sola silla y alrededor cuatro pa­redes cubiertas de libros. Una ventana con las cortinas echadas. Para alumbrarlo todo una única bombilla des­nuda caía del cielo. Y aquel silencio... tan espeso como si se vertiera mezclado con la luz amarilla de la bom­billa. Di un paso hacia adelante. El suelo crujió bajo mis pies como las hojas en otoño. Estaba cubierto por una alfombra de papeles arrugados que en algunos puntos me llegaba a las rodillas. Me arrodillé y desdoblé una de las hojas: Veronika, mitt hjárta, jag svarar sá sent pá ditt brev... Letra hermosa y esbelta. ¿En qué idioma? El resto había sido rigurosamente tachado y la hoja había ido a reunirse con todos los demás borradores que cu­brían el sucio.
En el centro del cuarto, la mesa parecía emerger de un espumoso oleaje. Los sobres apilados formaban allí una doble muralla. A la derecha, sobres cerrados de cartas que ni habían sido leídas aún. A la izquierda, sobres todavía vacíos para las futuras respuestas. Y frente a mí (acababa de sentarme) una tercera muralla, esta vez de hojas en blanco. Pilas de hojas de todos los tamaños, de todas las edades. Allí había viejísimos per­gaminos que crujían bajo mis dedos, hojitas ligeras como encaje, otras tan ricamente decoradas que casi no quedaba en ellas sitio para escribir... ¡La más fabu­losa colección de papel de cartas que uno pudiera so­ñar!
Y en medio de aquella fortaleza de papel, plumas. Plumas de acero, plumas de bambú, plumas de ganso, algunas tan antiguas que habían perdido casi todas sus barbas.
Plumas, tinteros de todos los colores, pastillas de lacre multicolores y todo tipo de sellos, y también papel secante, y polvos para secar en unos curiosos saleritos de madera, toda una papelería surgida de las profun­didades de los siglos para desplegarse sobre aquella mesa, entre ceniceros desbordantes de colillas y tazas de café (por lo menos diez) apiladas de cualquier ma­nera junto a sus correspondientes platillos pringosos. "



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