Doña Oráculo (fragmento) "Charlotte siempre había atesorado la imagen del rostro de su madre, enmarcado en una suave cabellera rubia ondulada, de pelo tan fino como telas de araña; y su sonrisa triste pero esperanzada. Ahuyentó esos pensamientos tristes y se inclinó de nuevo sobre su lente de joyero; estaba reparando el pequeño cierre de una pulsera de esmeraldas. Por un breve momento imaginó el efecto que producirían las esmeraldas sobre la blanca piel de Felicia, cómo el verde realzaría el también verde de sus ojos complementando su cabellera roja. Pero apartó también esos pensamientos por ser indignos de ella y se concentró en el trabajo que estaba realizando. Se oyó una risa clara parecida al gorjeo amodorrado de un pájaro tropical. Charlotte levantó la vista. A través de las cortinas de gasa blanca, vio a una pareja que paseaba del brazo a corta distancia de la ventana, absorta en lo que parecía ser una conversación confidencial. Reconoció a Felicia por el cabello rojo, iba vestida con un carísimo vestido mañanero de terciopelo azul ribeteado con plumas blancas de avestruz en el cuello y en los puños y un elegante sombrero a juego. Un manguito de armiño ocultaba sus manos y, al echar la cabeza hacia atrás para reír nuevamente, la luz del sol se reflejó tenue en su inmaculado cuello y en sus pequeños dientes. El hombre que iba junto a ella, que en ese momento se inclinaba para susurrar algo a su oído, vestía una capa corta y su enguantada mano izquierda portaba una fusta con mango de oro que agitaba indolentemente. Charlotte pensó que sin duda se trataba de Redmond y el corazón le dio un vuelco, pero cuando él se irguió y ella pudo verle el perfil, se dio cuenta de que aquel hombre, si bien era evidente que guardaba cierta semejanza con Redmond, no era él. Tenía la nariz más aguileña. " epdlp.com |