Ragotte (fragmento)Jules Renard
Ragotte (fragmento)

"A veces, ¡menuda importancia! ¡Todas esas ideas que se le pasan por la cabeza! ¡Lo que le cuesta con las gallinas! ¡Este pollo que engorda menos que una piedra en un agujero! ¡Y esa gallina a la que mima cual criatura, como si quisiera obsequiarla con todo el cariño del mundo!
Pero el gran negocio, en la vida de Ragotte, siempre ha sido lavar la ropa de otros.
Lo que mejor le sienta, es ir al río, y volver. Para verla en su propia salsa, tiene que ser como lavandera. La carretilla delante de ella o el cuévano sobre los hombros, la caja bajo un brazo, el atizador y la tabla de lavar bajo el otro, le hacen sentir a gusto y le sirven de compostura.
Se adapta tan bien a su carretilla que hasta irían las dos juntas de paseo, si Ragotte pasease. Y Ragotte está tan cansada, a veces, cuando vuelve del río, que parece que sea la carretilla quien tire de ella.
Una lavandera a la que no se le da de comer tiene derecho a un cuartillo de vino al día. Gloriette no lo sabía y Ragotte no dijo nada. Como Ragotte lleva lavándole la ropa nueve años, Gloriette se entera, de casualidad, que le debe casi una barrica.
[...]
Dos mozos, harineros en el molino, que no son invitados de la boda, bailan una especie de bourrée menos ruidoso que el auténtico y que se llama el branle.
Es solemne y lento. Debe ser tan antiguo como la casa más vieja del pueblo. Bailan con zuecos. Se puede oír el sonido delicado de la madera sobre las baldosas y los zuecos acarician con la punta los ladrillos rojos. Los dos hombres bailan prácticamente en el sitio y no sonríen. Se trata más bien de una ocupación que de un placer; por momentos, se diría que son sacerdotes. Gloriette se acerca al más joven y le pide que no fume, por los vestidos de las chicas. Tira el cigarrillo y continúa, con las manos tras la espalda. Su pareja de baile, más gruesa, arruga la frente como si su cabeza estuviera realmente trabajando. Sienten, bajo las miradas, un orgullo púdico. Pronto, desaparecen, pero no tardan en regresar. Han creído conveniente comprarse cada uno un par de alpargatas.
Ahora las cosas ya no son así en absoluto.
El día siguiente después de la boda, se espera a los recién casados para sentarse a la mesa. "



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