La confesión (fragmento)Jesús Avila Granados
La confesión (fragmento)

"Un día, trabajando en las cuadras como mozo, tal como ordenó mi padre, el capataz fue coceado por un nervioso alazán que le produjo una profunda brecha en el muslo, por la que asomaba un hueso astillado. El hombre se quejaba con agónicos gritos de dolor y por la herida manaba sangre profusamente, como si de un surtidor se tratara. Tomé una rápida decisión y, sin pensarlo un instante, puse la mano sobre aquel chorro de sangre, presionando fuertemente. Y eso fue lo que le salvó la vida, según me dijo después mi padre, muy orgulloso de mi gesta.
–Todo un acto de valor, por tu parte –comentó el nazarí.
–Aquella noche no pude conciliar el sueño; todavía notaba la calidez de la herida y el contacto de aquella sangre caliente y pegajosa en mis manos. Sin embargo, en ningún momento sentí repulsión; al contrario, por vez primera experimenté la dulce sensación de haber salvado una vida. En ese momento tuve la revelación. A la mañana siguiente, cuando me hallé frente a mi progenitor, le dije con decisión y rotundidad: «Padre, quiero ser médico».
Mis padres se miraron, como hechizados, y una sonrisa se dibujó en los labios de ambos, y vi cómo un par de lágrimas humedecían sus rostros. Yo permanecía hierático, seguro de aquella decisión. Tras meditarlo un momento, mi padre dijo: “Bien, sea pues. Irás a estudiar a Vicus Ausonae”. Y días después me encaminaba hacia esa populosa ciudad a estudiar medicina, en su célebre hospital, centro médico especializado en pestilentes y leprosos, por lo que mis primeros contactos con la medicina fueron precisamente las pruebas más duras para cualquier persona que deseara conocer los secretos de esta ciencia. Pero también me sirvieron para superar cualquier temor que pudiera albergar en mi interior a lo largo de mi vida. "



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